Se informó de nuestra región un día: "Cuando la soledad puede más que la vocación de maestra"

11 Septiembre 2008
La Serena, enero 1994 (Especial de IPS) La maestra de escuela Pamela González trabajó durante ocho años dando clases en cuatro pequeñas escuelas rurales de la comuna de Punitaqui... Por Gabriel Canihuante
Equipo El Obser... >
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La Serena, enero 1994 (Especial de IPS) La maestra de escuela Pamela González trabajó durante ocho años dando clases en cuatro pequeñas escuelas rurales de la comuna de Punitaqui, en el norte de Chile pero agobiada por la soledad del lugar, decidió volver a La Serena, una ciudad de 120 mil habitantes.
"La última escuela en que trabajé se llama la Luz de la Luna. Le Pusimos ese nombre porque hay momentos en que la luna es la única compañía en ese lugar", cuenta ya con cierta nostalgia esta profesora de Estado egresada de la Universidad de La Serena.
La maestra tuvo 13 de alumnos en 1993. Ese era el total de alumnos de dicha escuela donde ella era la única educadora para niños y niñas con edades de 6 a 12 años y que cursan de primero a sexto básico.
“La escuela está completamente aislada de cualquier otra construcción. Cuando los alumnos se iban y me quedaba sola me daba miedo tanto silencio", señala la maestra que daba clases en jornadas diarias de 10 a 15:30 hrs.
A pesar de que algunos de esos 13 niños debían caminar hasta dos horas diarias para ir a clases la asistencia era buena, relata Pamela. Los alumnos sólo faltan por enfermedades en el invierno.
La Luz de la Luna está ubicada en una localidad llamada La Laja, un lugar carente hoy de los servicios más elementales pero que estuvo en auge hace algunos años porque se extraía cobre de una mina cercana a la escuela.
"Incluso había energía eléctrica. Todavía están los postes, pero ahora la gente -unas 30 familias en total- se alumbra con velas y lámparas a carburo.
La población de La Laja vive aún de la minería y de la crianza de cabras. Son personas pobres, los adultos tienen un bajo nivel educacional (tercero o cuarto básico) y los niños que terminan el sexto básico en esa escuela no tienen más futuro que la pequeña minera o la crianza de cabras.
La casa donde Pamela debía vivir estaba situada en el mismo lugar de la escuela, pero ella tuvo la posibilidad de vivir, con su esposo y dos hijos, en una casa diferente, con energía eléctrica, situada a cinco kilómetros de allí.
Para trasladarse ella viajaba en moto por caminos de tierra y a veces tenía que hacerlo a pie, durante una hora. Para ir a la ciudad más cercana, Punitaqui, el viaje duraba una hora en vehículo, cuenta.
"El aislamiento es algo terrible. Una vez fuimos a un curso de religión (para profesores) en otra ciudad, Ovalle, y cuando llegamos (con una colega) vimos que toda la gente estaba comentando algo importante que había ocurrido. Nosotras no teníamos idea de qué se trataba. Había caído el muro el muro de Berlín y nosotras no lo sabíamos".
"La situación en La Laja no es tan difícil si se compara a la de otros profesores rurales", afirma esta maestra y añade que en la comuna de Punitaqui, donde ella trabajaba, hay otros maestros que están aún más aislados.
En general, dice, se trata de profesores que viven en la misma escuela, ellos viven solos y tienen a sus familias en las ciudades más cercanas a donde se trasladan en los fines de semana y en las vacaciones.
Los profesores de escuelas unídocentes (con un solo educador) son la mayoría de la comuna de Punitaqui y hay varios cientos de ellos a lo largo de Chile, según se conoció en un encuentro nacional de maestros rurales realizado en 1993 en Vicuña.
En la IV región hay un total de 5.700 profesores, de los cuales 1.200 trabajan en el sector rural y 223 lo hacen en las llamadas escuelas unidocentes.
Las distancias a recorrer son largas y los medios de transporte son escasos. Eso dificulta a los profesores rurales la capacitación y los lleva a un aislamiento creciente.
"Me vine a La Serena porque no soportaba más trabajar en esas condiciones pero no tengo ninguna seguridad de encontrar trabajo aquí", señala Pamela.
En cualquier lugar piden un currículo vitae y el que yo puedo presentar es muy pobre porque no he podido perfeccionarme, se queja la maestra pero al mismo tiempo señala que en esos años de profesora unidocente tuvo que asumir responsabilidades diversas (a cargo de la escuela) que la puedan ayudar a encontrar una nueva ocupación.
Hace ocho años Pamela González presentó sus papeles a diversos lugares y el único del que la llamaron fue de Punitaqui.
“Fue mi primera oportunidad de trabajo, pensé entonces que no había pasado tres años estudiando en la Universidad para quedarme haciendo aseo en casa y me fui contra la voluntad de mi familia”, recuerda.
"En el fondo lo que me mantuvo allá fueron lo niños, me da pena ahora pensar en los más pequeñitos, de primer año, porque no los voy a ver más", afirma la maestra que reconoce que tenía un salario mayor que sus colegas de ciudad porque le pagan algunos beneficios especiales.
Dispuesta a trabajar con 30 o más alumnos en una misma sala, con una serie de presiones diferentes, pero más cerca de sus colegas (y de parte de su familia en La Serena) la maestra busca trabajo en una escuela común ya sea en el sector público o en establecimientos privados de la ciudad.