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Opinión: El ranking y el camino hacia una educación más inclusiva

21 Enero 2014
El ranking de notas jamás pretendió ser la panacea que curara las graves inequidades del modelo educativo chileno. Sin embargo, va en el camino correcto al darle una oportunidad a excelentes estudiantes pertenecientes a los sectores más vulnerables.
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* Por Catalina Estévez, historiadora del área de Política Educativa de Educación 2020.

Hace poco se dieron a conocer los resultados del proceso de admisión 2014, y los titulares de varios medios apuntan al poco impacto que tuvo el ranking de notas. ¿Desconocimiento, mito, expectativas demasiado elevadas o simplemente miopía?

El ranking de notas jamás pretendió ser la panacea que curara las graves inequidades del modelo educativo chileno. Sin embargo, va en el camino correcto al darle una oportunidad a excelentes estudiantes pertenecientes a los sectores más vulnerables.

Este año, 6.000 estudiantes se  beneficiaron con la incorporación del ranking de notas, que se suman a los 4.000 beneficiados el año pasado.  Estos 6.000 (comparados con los 6.000 que de no existir el ranking hubieran ingresado a la educación superior), son  entre un 15% y un 20%  más vulnerables.

Sin el ranking, estos estudiantes seguramente no habrían podido acceder a la universidad o carrera que querían, ya que la PSU, tiene graves problemas de sesgo socioeconómico y de género, como lo reveló el informe Pearson.

¿Por qué el ranking no influyó más? Hoy en día, sólo 6 de las 33 universidades adscritas al sistema único de admisión ponderan el 40% del ranking general (en todas las carreras). En la medida que las instituciones de educación superior aumenten la ponderación del ranking y la apliquen en todas sus carreras, crecerá también el número de jóvenes beneficiados. Una luz de esperanza para quienes antes de existir el ranking de notas no tenían muchas posibilidades de ingresar a la universidad.

El ranking de notas es mejor predictor que la PSU de los resultados que los jóvenes obtendrán en la universidad: así lo demuestran los distintos estudios y programas propedéuticos que existen. El desafío, entonces, es que las instituciones cambien sus criterios de admisión para abrirle sus puertas a los mejores talentos, se desarrollen programas de seguimiento y apoyo a los estudiantes para nivelar los aprendizajes que obtuvieron de un sistema educativo con grandes y graves falencias.

El desafío ad portas a una nueva administración es la elaboración de políticas públicas que ofrezca iguales oportunidades a los niños, niñas y jóvenes con talento, y apoyo financiero para que esos talentos puedan estudiar sin hipotecar su vida.

Con todo, avanzar hacia un sistema educativo de calidad, más inclusivo y equitativo no pasa por resolver la fórmula perfecta de ponderación para ingresar a la educación superior. El problema de la alta segregación socioeconómica de nuestra educación se debe resolver mucho antes, en la primera infancia de esos miles de jóvenes que hoy día sueñan con estudiar una carrera universitaria, pero que la estructura del modelo vigente no se los permite.

La educación inicial es fundamental para la formación y el desarrollo integral de los niños y niñas, ya que contribuye a disminuir desigualdades y a equiparar oportunidades desde los primeros años  de vida.

La inversión en los primeros años genera un efecto multiplicador, a la vez que incrementa los aprendizajes en etapas de desarrollo posteriores. Así lo demuestran los resultados de la prueba PISA 2012: los jóvenes que han asistido a lo menos a un año de educación preescolar obtienen 55 puntos más en promedio que los que no asistieron.

La asistencia a una educación inicial de calidad es una ventaja que marca una diferencia para toda la vida, sin embargo no cualquier educación es útil, ni siquiera inocua. Una educación de mala calidad puede llegar a ser perjudicial para el desarrollo del niño. Es deber del Estado garantizar el acceso a una educación inicial de calidad que sea equitativa a todos los niños, niñas que viven en el país, promoviendo políticas que no sólo vayan en la dirección de aumentar la cobertura, sino también de mejorar sustantivamente los estándares de calidad e inclusión.

Sólo de esta manera, partiendo desde la cuna, lograremos efectivamente no sólo una educación, sino una sociedad inclusiva.

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