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Reseña literaria: El sepulturero y la muerte

08 Marzo 2015

Por Gabriel Canihuante

Gabriel Canihuante >
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Llegó a mis manos durante la Feria del libro de La Serena, concluida el 15 de febrero, un ejemplar de “El sepulturero y la muerte”, novela escrita por Melker Garay, chileno de nacimiento pero ciudadano sueco porque vive allá hace varias décadas. La obra publicada en 2013 por la editorial Norlén & Slottner fue escrita en sueco y traducida al español por Juan Pérez Leyton.

Lo leí atraído por el título porque en verdad la muerte es para mí un tema sugerente. Si bien es cierto que ya estoy más cerca de ella que de mi nacimiento, me siento suficientemente vital como para hablar del asunto sin más temor que el ordinario, es decir, el que puede tener cualquier persona en un país tranquilo como Chile, sin guerras, pestes u otras calamidades donde la muerte se enseñorea.

De hecho, uno de mis libros preferidos del desaparecido Premio Nobel portugués José Saramago es justamente “Las intermitencias de la muerte” y otro en que el personaje central es la parca y que me ha brindado horas felices de lectura es “La ladrona de libros”, del australiano Markus Susak.

El sepulturero Josef Kinski –del cual nos cuenta Garay- es un hombre poco común, en primer lugar por su trabajo, pero también por su capacidad para pensar en la muerte, para hablar y escribir sobre ella y para compartir sus reflexiones con su única hermana, Margareta, con quien mantiene una activa correspondencia en que el tema central es, obviamente, la muerte.

El narrador de esta historia es un barbero de profesión, Nikolai, quien a pesar de haber fallecido hace seis meses recibe como él mismo dice “la misión bastante inusual de escribir un libro sobre la forma de pensar de un sepulturero”. Tampoco él se explica quiénes ni por qué le encomendaron esta tarea para la cual tiene un plazo de seis meses, pero con aparente placer y vital disposición indaga en la correspondencia y en los diarios personales de los hermanos Kinski.

La muerte provoca miedos, genera angustia, nos rodea de misterios y Josef y Margareta nos hablan de esas emociones mediante sus cartas, diarios y las citas a la Biblia y a libros clásicos de filosofía.

El vacío existencial de ambos personajes es ciertamente desolador, pero a ratos se encuentra uno pasajes en los cuales se recobra el deseo de vivir, se renueva la esperanza pasajera de estar en el mundo, se recrea la ilusión de que uno es dueño de su existencia. O algo más o menos así.

El sepulturero dice en uno de sus diarios que no ha pensado en su muerte y explica que un “pequeño factor que dificulta mis posibilidades para planificar un funeral… es que recientemente he encontrado una serie de libros que tienen que leerse”. Josef, nos cuenta Nicolai, tiene un “índice de Libros necesarios que debo leer antes de morir” compuesto por 692 títulos. Leer siempre será un buen motivo para vivir.

Comparto con los lectores de esta reseña otras frases notables de esta novela: “El hombre está, por lo tanto, condenado a vivir engañado con respecto al sentido de la muerte”.

“Cuanto más felices somos, mayor es el riesgo que suframos de miedo a la muerte”

Quienes escriben sobre la muerte… “se imaginan que están escribiendo sobre la muerte de otras personas, pero en realidad escriben sobre la propia”.

“Nadie puede resignarse con la muerte”.

“…para un ser humano no existe nada más ultrajante que la muerte”.

Melker Garay nos provoca con esta novela que no es para todo público pero que sí se hace leer por quienes están vivos sin creerse inmortales.

Recomiendo este libro a quienes gustan de lecturas de textos con ciertos dobleces, con más de un nivel de lectura; un texto en que las citas son un llamado permanente a la reflexión.

Les invito a leer una novela en que el personaje central es un sepulturero y el tema central es la muerte. Es decir un personaje quizás corriente porque tal vez todos somos sepultureros de nuestros propios sueños. Y un tema muy común, por lo demás, porque nadie está ajeno a él, salvo los muertos… y esos ya no leen.


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