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¡Salvados Por la Tía Rica!

01 Junio 2008
Con los años adquirí una profunda admiración por esta institución que siempre estaba dispuesta a salvarme el pellejo, aunque los insignificantes préstamos alcanzaran siempre solo para el completo gigante del Bar Bakarat...
Eduardo Duarte Yañez >
authenticated user Corresponsal
Casi me desmayo al ver tamaña fila de personas. Lo cierto es que estoy acá una vez más entre toda esta fauna humana que componemos los ¡Salvados por la Tía Rica!, la oficialmente llamada Dirección de Crédito Prendario DICREP, amiga fiel que nos facilita un poquito de dinero para llegar a fin de mes y nos ayuda a subsanar las constantes emergencias.
Instruido en los albores de mi niñez por mi santa madre, sin meditarlo mucho tomaba todas sus joyas y velozmente me dirigía en busca de un préstamo prendario en la ya histórica esquina de la Avenida Francisco de Aguirre con Balmaceda, ciudad de La Serena, Chile.
Con los años adquirí una profunda admiración por esta institución que siempre estaba dispuesta a salvarme el pellejo, aunque los insignificantes préstamos alcanzaran siempre solo para el completo gigante del Bar Bakarat y un boleto de regreso a Andacollo (Aunque debo reconocer públicamente que casi nunca pagué pasajes en los autobuses hacia la montaña minera, pero esa es otra historia).
Hoy al pasar por aquel lugar, me pude percatar a primera vista que adecuaron la infraestructura. Han construido una pasarela de acceso a discapacitados, la cual siempre está repleta de gente esperando su turno, como terneras impacientes para salir al ruedo o listitas para ser carneadas en el matadero.
Nadie jamás reconocerá que va a buscar un insignificante préstamo donde la Tía Rica, esta mal visto ¿o no? Lo curioso es que siempre te encuentras con tus vecinos, amigos y hasta con los que ostentan ser los más pudientes de la zona. La Tía no hace distingos y nos presta democráticamente a todos por igual, eso a lo menos reconforta, saber que casi todo el mundo esta igual de jodido que tú y allá vamos otra vez empeñando las joyas de la abuelita o la tele del departamento compartido por estudiantes universitarios y hasta en muchas ocasiones prendas robadas por delincuentes de poca monta.
Hoy fue poco lo que obtuve, 5 mil pesos por un par de anillos de oro. Con la tasación, hasta me enteré de haber pagado una fortuna por uno de ellos y su valor real era un escandaloso fraude.
Al salir del lugar, practiqué sagradamente el ejercicio obligatorio de mirar hacia todos lados para que nadie me viera, aunque en vano, porque la Ley de Murphy aquí jamás falla y al salir casi tropiezo con mi vecina, que mirando hacia otro lado, siguió su paso como si jamás me hubiera visto en esta vida maledetta, como establece la norma inviolable de hacerse el leso so pena de quebrantar tan ancestral tradición.
El guardia de azul me ausculta y frunce el seño casi sonriente mientras guardo como paño en oro mi recibo, me entrega una especie de Flayer, lo miro y leo: “Somos una Institución pública, financiera, moderna y profesional, que ofrece a sus clientes los mejores productos y servicios, contribuyendo, de esta manera, al desarrollo económico y social del país”.
Que bien se siente contribuir desde mi desgracia económica permanente al avance del País, prometo volver sin falta, Chile me necesita.

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