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La Bipolaridad tiene cura

03 Julio 2008

La oscilación emocional que padecen las personas que sufren de bipolaridad, el ir y venir entre la manía y la depresión, es un tema que requiere paciencia y mucha comprensión. Por Carolina Araya.

Carolina Araya >
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La bipolaridad es un trastorno en el cual las personas experimentan períodos con baja y otros con alza de su estado anímico, que son los dos polos de la enfermedad. En los períodos con baja del ánimo, los llamados episodios depresivos, quienes padecen la enfermedad se retraen, están sensibles, pierden el interés por cuanto les rodea, disminuyen su vitalidad en todos los ámbitos, y sufren de sentimientos de pena y melancolía. En los episodios de exaltación del ánimo, presentan exagerada vitalidad, euforia, sentimientos de grandeza y omnipotencia, disminución de las horas de sueño sin que al día siguiente pierdan energía, y se ponen exigentes y desinhibidos, al punto que muchas veces incurren en serias dificultades interpersonales, legales y financieras. 

En realidad, es una enfermedad curiosa la bipolaridad, ya que en ella se alternan en una misma persona los dos tonos extremos de la experiencia humana, cuales son los de la alegría y plenitud más intensa con la pena y la desazón más profundas.

Y una de las consecuencias de esta enfermedad, la suelen vivir los familiares y personas cercanas ya que viven muy dificultosamente los avatares del trastorno bipolar.

Algunos indicios de esta consternación son la rabia y el desatendimiento a los sentimientos. La consternación y la rabia se atenúan cuando se les explica a las familias la naturaleza del desorden y entienden que los comportamientos complicados no son, en el fondo, realizados por aquella persona que han conocido, sino que son motivados por el desorden transitorio que padecen.

Con frecuencia es aliviador conocer el diagnóstico y saber que se trata de una dolencia que tiene cura y que podrán recuperar a su ser querido en pleno ejercicio de sus facultades.

Los familiares se convierten con el paso del tiempo en expertos en los estados anímicos de la persona que presenta una bipolaridad. Alertan al médico precozmente cuando notan algo fuera de lugar, tanto en las expresiones como en las conductas de la persona en cuestión, y en muchos casos se transforman en compañeros de inestimable valor para mejorar el pronóstico de la enfermedad. En estas familias el amor adquiere la faz de la solicitud y la comprensión, y en ellas el tratamiento tiende a ejercer un resultado más satisfactorio.

Hay otros casos en los que a la familia le cuesta superar los sentimientos de rabia y molestia. Sus miembros se sienten dañados por las conductas provocadas transitoriamente por los episodios del trastorno. Estos sentimientos en ocasiones pueden incluso parecer comprensibles, en particular en aquellos casos, que no son raros, en los cuales hay abandono del tratamiento o un desinterés personal por continuarlo de manera apropiada. La negativa a mantener la farmacoterapia es interpretada así como un deseo de estar enfermo o un abandono negligente a los estragos que puede causar la enfermedad, y en estas familias un rabioso sufrimiento colectivo es la regla. Si esta es la situación, es necesario reforzar la alianza terapéutica no solo entre el médico y la persona que sufre el trastorno, sino también entre el médico y el sistema familiar.

La bipolaridad es un desorden que puede sanar. Para ello, además del tratamiento, es imprescindible que la familia sea informada y decida participar en la terapia, porque la familia, a fin de cuentas, es quien tiene la última palabra

La bipolaridad tiene cura. Una cura que no consiste en el persistir en la búsqueda de la estabilización por medios químicos, sino en el transformar la oscilación en un recurso constructivo en la vida de la persona. La inestabilidad afectiva tiene esperanza.

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