Historias que se niegan a morir

15 Agosto 2018

Por Gabriel Canihuante. 

Gabriel Canihuante >
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Sentarse a contar historias es una actividad que pareciera estar en extinción, pero en realidad el ser humano necesita oír y ser oído, lo que cambian son las formas. El viernes 10 de agosto en la biblioteca pública de Altovalsol, a 13 kilómetros al oriente de ciudad de La Serena, se reunieron cerca de 40 personas con el principal objetivo de escuchar y contar historias de sus diversas comunidades.

El encuentro, convocado por la Delegación rural, el Departamento de cultura y patrimonio y la Corporación Gabriel González, instancias de la Municipalidad de La Serena, fue todo un éxito, no solo por la alta convocatoria, sino también por el grato ambiente que allí se vivió.

Vecinos de distintas localidades acudieron a la cita, niños, jóvenes, adultos y adultos mayores se hicieron presentes, interesados por la invitación “La ruralidad cuenta, cuenta la ruralidad” y acudieron al llamado hecho en conjunto por los investigadores de “Entre duendes y churrascas, segunda parte”, proyecto financiado por el Fondo Nacional del libro y la lectura, en su línea de rescate patrimonial de la cultura oral.

Las churrascas con queso de cabra, el té y el mate calientes, sirvieron, sin duda, para amenizar el frío de esa tarde y motivar el entusiasmo creciente de los vecinos. Y para abrir los fuegos se leyó el relato titulado “Los porotitos”, uno de los 24 que forman parte del libro “Entre duendes y churrascas”, publicado en 2016. Dicha investigación se realizó teniendo como base los ocho colegios unidocentes que dependen de la Corporación Municipal Gabriel González.

A partir de ese momento los vecinos fueron mezclando relatos tipo leyendas con los recuerdos de sus propias vivencias. Varios invitados se emocionaron al entrar de nuevo al espacio que hoy ocupa la biblioteca y que antes fue el colegio de Altovalsol.

Se escuchó hablar entonces a las ex alumnas que recordaron con cariño y nostalgia a sus profesoras. A aquella que les enseñó a todos los niños a bailar cueca, a  la que los llevaba marchando desde la escuela hasta la plaza del pueblo, a la que los amenazaba con encerrarlos en un cuarto oscuro si se portaban mal (eran otros tiempos), a la que les enseñó a leer y a escribir. Recordaron que en esos años las fechas importantes se celebraban el día que correspondía, como por ejemplo el 21 de mayo o el 18 de septiembre.

Entre los recuerdos y los relatos hubo tiempo para la música, a cargo de Carlos Andrés, un violinista colombiano que interpretó algunos boleros y cumbias que por poco ponen a bailar al público.

Hasta el lugar llegó la directora de cultura del Municipio, Claudia Villagrán, y también el concejal Róbinson Hernandez, quien a nombre de la Delegación rural entregó  un reconocimiento a Hugo González, de 94 años, por su trayectoria como uno de los vecinos más antiguos de la comunidad altovalsolina.

Pasaba el mate de mano en mano y la bombilla de boca en boca y las historias seguían su curso. Así fue que se oyó a Andrés Robledo, Delegado rural del Municipio, quien recordó que cuando él era niño se había criado siempre en el campo y le costaba estar en la escuela, lejos de su casa, por eso siempre apenas podía se arrancaba a ver a su familia. Él había oído contar la historia de que  de repente se aparecía un perro negro con cadenas que era muy fiero y se llevaba a los niños que andaban solos. Por supuesto que él no creía en esas cosas, hasta que una tarde oscura en que iba a su casa se le apareció ese animal ladrando y haciendo sonar una cadena. Fue la última vez que salió solo del colegio.

Más de algún duende apareció entre los relatos. Y los más viejos contaron que antes esa zona era muy rica en alimentos, se plantaba maíz, trigo, papas, entre otros cultivos; se criaba mucho ganado caprino (ovejas) y vacuno y se producía gran cantidad de leche, quesos y especialmente una exquisita mantequilla.

Gabriela Mistral no podía estar ausente en la ocasión y fue citada por un vecino que contó que la poeta cuando joven iba en las vacaciones de invierno a visitar a su hermana Emelina, quien era profesora y también directora del colegio de Altovalsol a comienzos del siglo XX.

Y así transcurrió la velada, con cuento, con risas, con nostalgia, con emociones diversas y una sensación general de agrado y satisfacción. Uno a uno los vecinos se fueron despidiendo y al salir del local, uno de los presentes agradeció a los organizadores y se le oyó decir algo así como: “Estuvo tan bueno, que habría que repetirlo”.