Buenas conversaciones, buenos futuros
Opinión: "Los límites ecológicos del desarrollo"
La factura ecológica que se hereda es mucho más fuerte en los países subdesarrollados que en los desarrollados; en Chile lo podemos constatar de norte a sur de cordillera a mar, ante el calamitoso estado en que se encuentran las regiones.
Andrés Gillmore... >
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El respeto hacia el medioambiente representa en la actualidad una variable indispensable para lograr armonía con el entorno y producir sustentabilidad social. La explotación de los recursos naturales nos ha generado la capacidad de proyectar el trabajo y aumentar la productividad en todo orden de cosas, ante la necesidad de desarrollarse y proyectarse como aprendizaje social para mejorar la calidad de vida, presuponiendo que cada generación se guía sobre las precedentes; en un ciclo de vida que puede transformarse en un lastre si no se trabaja con precaución.
Contar con una población planetaria más numerosa no significa que automáticamente tengamos que aceptar la deforestación, erosión y la destrucción de los ecosistemas como parte del costo del desarrollo, sino todo lo contrario y eso es precisamente el desafío de vivir en el planeta tierra. En el pasado se sostuvo como paradigma que si la población aumentaba, la productividad agrícola bajaba su rendimiento. En la actualidad el paradigma ha cambiado totalmente, haciéndonos ver que el crecimiento demográfico es necesario para la sobrevivencia de la raza humana y la creación de técnicas agrícolas bajo ciertas condiciones y resguardos ecológicos, pueden mejoran sustancialmente la fertilidad de los suelos, mejorar la calidad del medioambiente y hacer del planeta tierra un mejor lugar para vivir.
La agricultura orgánica, desarrollar un sistema energético renovable y descentralizado, con capacidad de reformar ecológicamente las ciudades, en la actualidad son una necesidad imperiosa y urgente si queremos ver el futuro con esperanza y redención. Lamentablemente el capitalismo ha venido despreciando el crecimiento demográfico y lo rótulo arbitrariamente como un excedente poco confiable y solo visto como mano de obra barata para lograr sus intereses. Realidad que si lo pensamos como bien común, representa una oportunidad para desarrollar políticas sustancialmente más ecológicas, que permitan de una u otra manera generar la ansiada sustentabilidad y la tan necesaria armonía en el modelo de desarrollo y mejorar la vida de la gente.
El desarrollo humano esta fuertemente ligado a la forma medioambiental del proceso de producción. La técnica y la demografía han creado perfiles que dependen de estos formatos de intervención territorial y de las relaciones sociales que se establecen bajo esos términos en las formas de producir, que al hacerse bajo perspectivas desbalanceadas, poco creativas y mirando en menos el medio ambiente, terminan creando desigualdades sociales bajo supuestos mercantilistas y financieros que no son necesarios y que explican porque la transición natural que deberíamos tener hacia energías renovables continúa siendo tan marginal, cuando su potencial técnico ha demostrado que bastarían para cubrir diez veces las necesidades de la humanidad.
Los recursos fósiles continúan siendo muy rentables para el productivismo industrial tradicional que los tiene en su poder, con muchas reservas no explotadas de petróleo, carbón y gas natural, que adquieren trascendencia para el modelo de desarrollo mundial, simplemente porque figuran en los activos de los balances de las multinacionales que toman las decisiones, explicando porque a pesar de existir pruebas tan concluyentes de lo nefasto que son para el ser humano continúan utilizándose. Si el sol y el viento pudieran transformarse en activos y se pudiera adquirir como propiedad para transarse en la bolsa de valores como valor de cambio mercantil, el cambio de paradigma sería una realidad y no tengo duda que Chile los habría privatizado hace rato como lo hizo con el agua a finales del siglo pasado.
Es imposible que la naturaleza humana y la técnica puedan explicar la realidad que vivimos actualmente en temas ambientales, realidades que son muy relevantes para la existencia humana, pero desconsideradas por la gran masa de ciudadanos. Como ejemplo nacional esta el proyecto energético Alto Maipo, que intervendrá en la cordillera de la región metropolitana cerca de 900 glaciares, afectando el curso de los ríos, produciendo en sus 25 años de construcción, una contaminación inimaginable por el polvo en suspensión de las obras, que bajara por el valle hacia Santiago, dejando los índices de contaminación que hoy tiene ahogados a los santiaguinos en nada comparativamente y como si fuera poco, destruyendo los glaciares y el parque natural del entorno metropolitano; pero la ciudadanía poco y nada ha hecho para no permitir este nefasto proyecto. Solo pequeños grupos de pobladores de Barnechea y del Cajón del Maipo reclama la intervención y expone las nefastas externalidades y no todo Santiago como debería ser.
Pocos entienden que el funcionamiento del modelo de producción, determina la percepción del relacionamiento social y cultural de las comunidades, determinando la forma de vivir y su proyección de futuro. No es lo mismo criarse en una ciudad contaminada, que en una agrícola o en una dedicada al turismo. La crisis ecológica que nos afecta en la actualidad responde más que nada por un formato de producción guiado por la falta de sustentabilidad y sin ningún atisbo de proyección social, importando muy poco los daños colaterales que produce en las actuales y futuras generaciones.
Esta profunda dicotomía crea un dinamismo productivista que hace funcionar la economía de mercado desbalanceadamente, degradando el medio ambiente a límites inimaginables, resultante más que nada del subdesarrollo de las fuerza productivas, que bajo el neoliberalismo entregan una tendencia insana a la sobreproducción, con técnicas extractivistas del pasado en el mundo del futuro.
Revolucionar la producción en una economía que promueve el excesivo consumo explican la crisis ecológica del mundo posmoderno occidental y de nuestro querido Chile; en todas las sociedades precapitalistas la degradación ambiental produce una deforestación abusiva y la interminable erosión de los suelos y subsuelos y lo que es peor, viéndose como algo normal y parte del costo. El neoliberalismo para justificarse produce excéntricas formas de cuidado ambiental muy teóricas y que nunca cuentan con una fiscalización regular y eficiente (como ocurre en Chile), permitiendo que en los países subdesarrollados, las empresas transnacionales pueden hacer lo que en sus países de origen no pueden hacer.
La dinámica de producción y acumulación, plantea la disfuncionalidad de no saber entender de hasta donde verdaderamente se puede hacer desarrollo sustentable, en un planeta finito y degradado ante la extracción continua de recursos naturales con técnicas muy inapropiadas, que se denomina como “destrucción creativa”, como un posible límite en sí mismo, pero con una clara tendencia a no tener límite, yendo más allá de los límites para ser competitivo y obtener ganancias desmedidas.
En el transcurso del hacer del productivismo histórico, se ha venido produciendo con el paso de los siglos un impacto ecológico con una creciente acumulación de daños colaterales. Si hacemos un poco de historia, antes de la Revolución Industrial ya existían indicios de daños ecológicos, causados principalmente por la destrucción de los bosques y de las poblaciones de animales para producir pieles. A partir del siglo XVI los señores feudales se apropiaron de los bosques comunales, en nombre de la protección del recurso, que según ellos estaban amenazados por la propiedad colectiva. Francia y Inglaterra en ese entonces tuvieron que tomar medidas extremas, no por tener preocupaciones ecológicas, sino porque la desaparición de los macizos boscosos puso en peligro la construcción naval y el funcionamiento de las industrias que utilizaban madera y carbón.
La factura ecológica que se hereda es mucho más fuerte en los países subdesarrollados que en los desarrollados; en Chile lo podemos constatar de norte a sur de cordillera a mar, ante el calamitoso estado en que se encuentran las regiones. El desarrollo desigual esta haciendo que las amenazas hacia el medioambiente por la industria petroquímica, minera, transgénicos, represas, esten hackeando la proyección de las comunidades rurales, que son las que verdaderamente sustentan el país.
A nivel planetario cohabitamos con lo que heredamos de la primera revolución industrial sustentada en el carbón, haciendo que el calentamiento global afecte principalmente las regiones tropicales y subtropicales, confrontando con una deuda ecológica acumulada por centurias de un modelo de desarrollo, que ha atenazado con todas sus fuerzas la crisis socio-económica y sustenta la crisis ecológica global.
La política neoliberal ha conducido a la crisis del 2008 de las subprimes, que terminó transformándose en la gran crisis de las finanzas públicas, ante un modelo con base en el consumo. En la actualidad se busca una vía que permita relanzar esa acumulación bajo otro concepto para hacer lo mismo bajo otra perspectiva. Desde el 2008 las Naciones Unidas, PNUE, Banco Mundial, OCDE, BID y otras organizaciones mundiales, han venido desarrollando una gran cantidad de informes para sustentar la transición hacia lo que ellos llaman una supuesta economía verde, que titularon “El futuro que queremos” documento redactado en la cumbre Rio+20; que no es otra cosa que relanzar el crecimiento del pasado, supuestamente satisfaciendo las necesidades sociales y supuestamente salvando la biodiversidad, los océanos, los bosques, los suelos, los glaciares y el clima.
Si analizamos bien la propuesta y conferimos el remitente, nos daremos cuenta que no es más que un intento por privatizar definitivamente los recursos naturales y que terminen transformándose en mercancías, haciéndonos olvidar los límites ecológicos del desarrollo.