Hooligans del cine, la política y otras hierbas

05 Diciembre 2016

"Hace ya un tiempo dejé de ir a los estadios porque las barras violentas se apoderaron de estos recintos". 

Gabriel Canihuante >
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Hace unos 50 años iba al Estadio Nacional a ver a U. Católica jugar contra la U. de Chile en los famosos clásicos universitarios. Además del buen fútbol uno disfrutaba de un espectáculo artístico muy entretenido que solo se podía apreciar en ese espacio. También -siempre de la mano de mi padre que era cruzado- acompañaba a la Cato en sus diversos compromisos en el Estadio Independencia, demolido en 1971 (gracias Wikipedia).

Muchos años después mi hijo me acompañó a ver a diferentes equipos, Colo-Colo, Flamengo, Fluminense, entre otros y, por supuesto a la Roja y a otras selecciones. Hace ya un tiempo dejé de ir a los estadios porque las barras violentas se apoderaron de los estadios. Los hooligans chilenos (a diferencia de los europeos) habían llegado para quedarse.

Durante décadas, ir al cine era un placer impagable. Soy de la época en que el que podía darse ese lujo se sentía obligado a contar la película a sus amigos que no tenían recursos para pagar una entrada. Recuerdo El Cid Campeador como una gran peli que vi cuando niño, no sé si fue en el Cinerama de Santa Lucía o en el Windsor o el Rex de los años 60. De los 70 recuerdo cintas significativas como Sacco y Vanzetti y 1900. Después vinieron, entre tantas, Blade runner; Apocalypse now;  El silencio de los inocentes; La vida de los otros… La lista sería muy larga y ya no recuerdo cuando los hooligans del cine me quitaron las ganas de ver una película en una sala. Pero sin duda, esa tropa de comedores desenfrenados y bulliciosos de cabritas que además usan sus fonos móviles como si estuvieran en su casa, le quitan al verdadero amante del cine el deseo de estar allí. Netflix nos ampare.

En 1973, bajo el gobierno del socialista Salvador Allende, voté por primera vez en una parlamentaria. Fui contento a las urnas a ejercer ese derecho tan preciado. Cuando pude volver a sufragar, en los años 90, lo hice por supuesto. Municipales, presidenciales, parlamentarias, incluso primarias. En los últimos años se hace cada vez más difícil acudir a las urnas. Los hooligans de la política están por doquier. Los corruptos de izquierda, centro y derecha se han apoderado de nuestro país en concomitancia nefasta y descarada con los empresarios deshonestos.

Quizás esto tenga que ver con fenómenos de otros países. Tal vez así se explica cómo se elige Donald Trump en el país del norte; cómo el referendo por el Brexit (Inglaterra fuera de la Unión europea) resulta favorable a esa postura; cómo un plebiscito por la paz en Colombia que casi todos los que opinan daban por ganador al Sí (a la paz), resultó perdedor. Es que la gran mayoría de la población se va restando, nos vamos poco a poco retirando de lo público, desplazados por diversas clases de antisociales y nos enclaustramos en nuestros metros cuadrados, sin saber qué hacer, ilusionados con que los hooligans no lleguen a nuestras casas. Pero ellos ya están aquí.

Por Gabriel Canihuante