La miseria está dentro y fuera de la cárcel de San Miguel

10 Diciembre 2010
No es solo la horrible muerte de 81 personas las que nos deben estremecer como país, sino como también nuestras cárceles se han transformado en la manera fácil de esconder todo lo feo, malo y putrefacto de nuestra sociedad.
Carlos Ruiz B. >
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El pasado miércoles estuve en las afueras de la cárcel de San Miguel. El ambiente era de una crudeza indescriptible. Allí yacían bajo un sol abrasador madres, padres, hermanos e hijos esperando tener noticias respecto a sus seres queridos.
Megáfono en mano, y ante un centenar de familiares de los reos un funcionario del penal entrega una lista de nombres a las angustiadas familias. La verdad es que parecía una ruleta rusa. Algunos, con el disparo que no salía del revolver del destino, festejaban gritando de felicidad. "¡Esta vivo, está vivo, está vivo!" gritaba un muchacho que corría a abrazarse con sus otros familiares que lloraban tras conocer que su ser querido estaba entre los supervivientes. A 2 metros un matrimonio lloraba desconsolado porque su hijo no corrió la misma suerte.
Resulta inútil tratar de seguir graficando las escenas de dolor que vi con mis propios ojos en las afueras del penal que aún yacía humeante, simplemente porque las palabras se quedan cortas para describir la pena, la rabia y la impotencia de esas familias, en ese escenario de muerte y desolación en que se transformó la calle aledaña a la cárcel.
Sin embargo, aquella miseria, que arrastró a 81 personas a morir horriblemente quemadas y asfixiadas, destruyendo además la vida de cientos de familias, se topa con otra miseria humana tanto o más terrible que es la que vive nuestra sociedad afuera de la cárcel, en entornos que poco o nada tienen que ver con el hacinamiento físico, la falta de oportunidades o los problemas legales.
Y es que luego de reportear, me conecté a Internet y comencé a apreciar otro panorama de nuestra sociedad. Un panorama de una frialdad increíble, y en muchos casos, derechamente de crueldad. En las redes sociales el tema era ampliamente debatido, pero la tónica para muchos era alegrarse de la muerte de estas 81 personas. "Eran puros flaytes", "81 problemas menos", "Lo siento por las familias, pero ellos se lo buscaron". La red estaba llena de este comentarios de este tipo.
Por favor no me malinterpreten. No trato de justificar a nadie. Creo que la mayoría de los internos quizás, de acuerdo a nuestra legislación, estaban muy bien presos. Cometieron delitos, y estaban pagando sus crímenes. La pena de privación de libertad, con todo lo imperfecta que pueda ser como castigo y corrector, se estaba cumpliendo para estas personas.
Pero al leer posteos como que los presos "están como en un hotel, no trabajan, y más encima hay que mantenerlos" me parecen alejados totalmente de la realidad. Yo no se si los lectores alguna vez han estado en una cárcel, pero sería bueno que hicieran la prueba de imaginarse estar encerrados en un salón con otras 100 personas, a veces, sin tener una cama donde dormir, con escasa comida, y de escasa calidad, en un sitio donde las riñas están a la orden del día, con baños simplemente asquerosos, y en proporción de 1 para cientos. Creo que eso dista mucho de estar en un hotel. Es obvio que uno no puede esperar que los internos estén con todas las comodidades de una persona en libertad, pero la pena de privación de esta no quiere decir que deba cumplirse en condiciones infrahumanas, ni menos, antentorias de los derechos humanos considerados en nuestra constitución.
Para muchos, la privación de la libertad, en las condiciones mas inhumanas posibles, es un castigo en sí mismo. Demás esta decir que esta opinión, debatible o no, es totalmente contraria a la posibilidad de una reinserción social efectiva. Y así, en combinación con una escasez de espacios para albergar a reos, se produce lo que los expertos llaman "contaminación criminógena", que es básicamente cuando una persona que cae por primera vez preso, lejos de recibir un castigo que lo haga "enmendar", sale más experto en delinquir. Si a esto sumamos que probablemente encontrar trabajo se le hará imposible con antecedentes penales de por medio tenemos un sistema peligroso para con la misma sociedad que intenta proteger. Así tenemos a un probablemente seguro reincidente, y así también nuestras cárceles se transforman en efectivas y eficientes escuelas del delito.
¿Quien piensa en las víctimas?. Claro que hay que pensar en ellas, y en que son merecedoras de una justicia lo más efectiva posible frente al daño y dolor causado. Pero muchos cometen el error de confundir justicia con venganza. Si fuera por algunos, deberíamos quemar a todas las cárceles con los presos adentro, pero claramente eso no va a significar que la delincuencia se vaya a acabar.
Nuestras cárceles se han transformado hoy en día en aquel lugar donde podemos "botar" o esconder todos nuestros problemas como sociedad. La falta de oportunidades, la desigualdad social, la extremada y aberrante distribución de los ingresos. Ya se que muchos me dirán que hay gente muy pobre, que no han tenido oportunidades en la vida, pero que nunca han robado un peso a nadie. Es cierto, y es muy meritorio. Pero, ¿Quien puede culpar y condenar a un niño que nació en un ambiente donde sus padres son delincuentes, donde no tiene ningún referente positivo, y en donde el consumo de drogas como la pasta base está en la puerta de su casa?. Ese niño, ya está condenado por esta sociedad, a vivir una vida de exclusión que probablemente lo arrastrará a una vorágine delictual de donde es casi imposible escapar. Para nosotros, desde la comodidad de nuestros computadores, es fácil mirar para el lado, porque simplemente, no es nuestro problema, y en último caso, es un problema "del estado".
¿La solución?, es compleja y yo no la tengo. Pero definitivamente creo, a modo personal, que no pasa por llenar al país de cárceles. Según un informe de la ONU, Chile es el país de latinoamerica con la mayor cantidad de personas privadas de libertad. Sobra decir que eso no ha solucionado el problema de la delincuencia en Chile, y solo ha servido para que algunos fiscales, jueces, políticos y autoridades se vanaglorien de las cifras y de la efectividad de nuestras policías y de nuestro sistema penal.
Creo que tampoco pasa por un aumento de las penas. Más bien creo pasa por buscar alternativas a la privación de libertad para primeros delitos o delitos menores, tales como trabajos comunitarios o penas alternativas. Pero no ha habido voluntad política para ello, simplemente porque los presos son "un cacho" para todos. Los presos no votan, así que no son interesantes para las autoridades ni los políticos. Los presos son casi una "subespecie" que solo genera males a la sociedad, y más encima, gastos. Claro está que esto significa un cambio total en el sistema, y que por lo pronto se necesitan también ajustes en el corto plazo, ya que el hacinamiento sigue siendo un drama urgente de solucionar para no vivir nuevamente una tragedia como la de San Miguel. Iniciativas han existido, tal como las planteó Felipe Sfeir en un excelente artículo publicado aquí mismo en El Observatodo, pero al parecer, los reos siempre serán la última prioridad para los gobiernos de turno.
Una tragedia como esta nos debe hacer reflexionar como sociedad respecto a lo deficiente de nuestro sistema penal y carcelario y en donde todos hemos fallado en corregir. Políticos, autoridades, ciudadanos. Yo como periodista, ustedes como lectores y miembros de esta sociedad. Les dejó una reflexión “El régimen carcelario es de lo peor que puede haber en este país. Yo creo no exagerar si afirmo que cada prisión es la escuela práctica y profesional más perfecta para el aprendizaje y progreso del estudio del crimen y del vicio. ¡Oh, monstruosidad humana! Todos los crímenes y todos los vicios se perfeccionan en las prisiones, sin que haya quien pretenda evitar este desarrollo”. Esta reflexión no fue hecha con ocasión de lo ocurrido en San Miguel. Fue hecha por Luis Emilio Recabarren, con motivo del centenario de Chile. Han pasado 100 años de que estas palabras fueron pronunciadas. Parece que en todo este tiempo nada ha cambiado en nuestro país.
Foto portada: Mujeres tratan desesperadamente de comunicarse a gritos con sus familiares dentro de la cárcel de San Miguel para conocer si siguen con vida