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Esclava de La Navidad

13 Agosto 2006
Esta es una historia de una cenicienta moderna que sufre diversos avatares en su búsqueda de dinero extra...para el príncipe azul y la felicidad no alcanzó el tiempo.
Pilar Medina >
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Dos semanas, sólo dos semanas y el dinero para los regalos navideños y los lentes de contacto estarían en sus manos, parecía fácil al principio ser reponedora de una multitienda en época navideña...no tenía que manejar dinero y no tendría que soportar las manías de los clientes, sin embargo, Cristina se internó en un mundo desconocido, competitivo y representativo de las malas condiciones laborales del mundo de hoy.
"Comenzaba a las 9 de la mañana y terminábamos como a las 11 y media de la noche con una hora de almuerzo, lo que significa que debía levantarme a las 7:30 y llegaba a mi casa tipo 12" comenta nuestra cenicienta. Es decir, sacando una aproximación sencilla, Cristina pasaba cerca de 16 horas de su día en función de prepararse, movilizarse y trabajar cada día..."para más remate la zona donde yo trabajaba no estaba cerca de las ventanas así que, al no ver el sol, perdíamos la noción del tiempo y todo el día era la misma música y los llamados por altoparlante", nos cuenta.
Pero eso no es todo, durante la hora de almuerzo los trabajadores de todas las tiendas y la gente haciendo sus compras navideñas competían para comprar algo dejando poco tiempo para comer y descansar. "Nos lavábamos los dientes y a trabajar de nuevo" dice Cristina, como afligida aún por lo sufrido hace dos años.
Y otro dato que los impresionará: en gran parte de las tiendas los trabajadores deben parecer "muñequitos de torta de novios" dispuestos a servir, por lo cuál no se sientan en toda la jornada y de ir al baño, no encontrarán ahí papel higiénico o jabón.
Y si piensan queridos lectores del Observatodo que aquí acaba la historia, les cuento que la vuelta de tuerca la brindan los clientes y en especial, dos señoras que dificultaron las duras jornadas: "Recuerdo una clienta que llegó varios días seguidos a las 11 y media, justo a la hora del cierre, con sus niños a vitrinear...es decir, cerrábamos después de las 12 la caja y todavía faltaba llegar a casa". "La otra señora fue sólo una vez, pero trató pésimo al vendedor y cuando finalizó la compra se negó a llevar sus bolsas hasta la entrada de la tienda, el joven que la atendió tuvo que seguirla con las bolsas como esclavo y !ni siquiera eran cosas pesadas¡" comenta Cristina.
Así transcurrieron las dos semanas, las peores de su vida junto a un grupo de personas que llevaban más tiempo que ella y entre los cuáles la competencia era evidente haciendo desagradable el ambiente de trabajo. Cristina finalizó y el último día se prometió hacer todo lo posible para no tener que trabajar en esos lugares de nuevo, no tener que ir al baño para sentarse o cabecear sobre un fardo de ropa en la bodega para descansar un poco.
Y a qué voy con este relato se preguntarán todos...simplemente a rescatar el valor del respeto a los demás, como empleadores o clientes, no dejemos que nuestro apuro nos empuje a ser déspotas con un vendedor porque detrás de cada uno de ellos está una historia similar...¿Acaso sabemos si la persona no se siente muy bien y por eso atiende lento?¿Sabemos si el jefe lo presiona para tener mayores ventas y por eso nos atiende tan rápido?. No podemos dejar que nadie nos trate mal, pero a veces, antes de reclamar y dar órdenes pensemos que el otro puede no tener la suerte de una jornada "un poco más normal" o el derecho a una licencia médica sin poner en riesgo el trabajo, derechos que mucho sí tenemos.



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