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476 años de La Serena ¿Qué hemos aprendido?

14 Agosto 2020
Francisco Aspe Bou >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

La Serena está de aniversario una vez más,  cumpliendo ahora  476 años de historia desde que llegara por vez primera el conquistador español y fundara la primera Casa Fuerte al norte del Rio Elqui, en aquel entonces “Coquimbo”, a la altura del poblado cuyo nombre con seguridad ha derivado de aquel río, “Coquimbito”. Desde ese entonces, la ciudad de La Serena ha estado destinada a sufrir refundaciones, más, o bien menos, cercanas a la latitud actual en donde hoy se encuentra emplazada. Los motivos de estos continuos desplazamientos, aunque, de todos conocidos (O eso espero), producto de la resistencia valerosa de aquellos indígenas, los antiguos y legítimos habitantes del territorio que en aquel acto de rebeldía, no sólo dignificaron su nombre ante el invasor, también significó su desaparición, al menos de estos lugares. Hoy más al sur, próximo a la línea divisoria que determinó la existencia de dos naciones, La Mapuche y La Española, otro pueblo cuyos lazos con la tierra nunca necesitaron contrato alguno, continua su resistencia, manteniendo intacto el anhelo de auto determinar su destino.

Así La Villa San Bartolomé de La Serena fue divagando en el tiempo con el transcurrir de su propia historia, en ocasiones tambaleante ante los continuos eventos telúricos que asolaron esta tierra, como el mega terremoto de 1730, hoy más conocido que antes y que originó cuantiosos daños a la luz de las últimas investigaciones generadas por especialistas. En otras, mecidas por el oleaje que levantaba los cimientos de las escasas viviendas cercanas a la playa, como el del maremoto de 1955, el cual inclusive transportaba “algo de su material” hasta llevarlo hasta la aún hoy poco conocida “Casa de Gabriela Mistral” que se yergue como silente testigo de aquellos aconteceres que significaron los potentes oleajes de los maremotos que afectaron a la ciudad, otrora limite imaginarlo, pues no real, de “La Capitanía general del Reino de Chile”

  De esta manera La Villa San Bartolomé de La Serena fue contemplando el tiempo y su historia, desolada a veces, frente a la llegada de furibundos “bandidos”, diestros navegantes y no menos codiciosos aventureros, quienes orgullosos venían ostentando la patente de corso, como es el caso de Bartolomé Sharp en 1680 o bien el no menos inglés, Francis Drake, en 1579, años antes de ser nombrado Sir por Isabel I, quien, como buen Británico, luego de tomar un buen “mojito” junto a su buen subordinado, Sir Richard Drake,  enterraban supuestamente un inmenso tesoro en la Bahía de la Herradura.

Otros fueron piratas, los menos, filibusteros… sin embargo todos eventuales ladrones que asolaban a esta parte del Reino, razón suficiente para dictar y dar curso a un proyecto gigante de fortificación para su protección. La Ciudad así emergía, aunque humilde, orgullosa de relucir las nuevas fortificaciones que en nada envidiaría a los pequeños puertos de una Europa, la cual iba suspirando por los últimos estertores del Renacimiento. Siglos después, específicamente en 1835, Charles Darwin narraba: “He comido en Coquimbo (La Serena) con una anciana señora que se asombraba de haber vivido lo bastante para hallarse a la misma mesa que un inglés, porque ella se acordaba perfectamente que por dos veces, siendo muchacha,  al solo grito de “¡Los ingleses!”, todos los habitantes habían huido a la montaña, llevándose consigo todo lo que tenían de más precioso” (Darwin, Charles: 406)

Así, con los siglos, otros científicos, no menos relevantes al padre de los evolucionistas mencionado con anterioridad, fue el turno de los franceses, exploradores, viajeros inconmensurables, abiertos de destinos, solitarios en el viaje. Luis Amadeo Frezier, Julián Mellet, Eugenio Chateau, dieron visiones acertadas, en tanto otras con no menos imaginación. Sin embargo, valiosos testimonios, pues en el viaje, no sólo el narrador relata, sino también lo que siente en lo que observa.  Permítanme por un momento escribirles algo extraño, al respecto de aquel inglés, el evolucionista que nos visitara al inicio de la naciente República… no hace muchos años atrás, se descubría la razón de muerte ya una vez en Europa, Chagas… ¿Sería una venganza por tanta desolación y miserias por siglos de incursiones y robos a cuestas?

Así mismo, La Serena ha enfrentado grandes enfermedades, epidemias y pandemias, tan graves como la que actualmente hoy vive el país, con más muertos y  ciertamente menos globalizadoras. Entre ellas, el cólera, la viruela y el tifus,  otras y no menores, difíciles de pronunciar, más aún, de escribir.  Lo cierto, es que en aquella calle, aunque algo corta, sin embargo orgullosa por conducirnos hasta llegar a Balmaceda, se ha visto al “Anima de Diego”, en silencio unas veces… otras, algo balbuceante, quizás es posible, por la mascarilla que le dificulta el mensaje que durante años propagó y que actualmente está obligado a usar, pues en aquel gesto sabe de protección, pues él amó, en consecuencia razón suficiente para cuidar al otro, pues aquel sentimiento es ante todo solidario, ya volverán los tiempos de volver a su rutina fantasmal.

Permítanme ustedes una vez más preguntar… ¿Qué hemos aprendido en 476 años?.. Es difícil, ya lo sé. Sin embargo, en la simpleza muchas de las veces están las respuestas que buscamos a diario… prevalecer… Es así, no sólo como personas, sino también como sociedades, desde nuestro origen como ciudad, como aquellos que dieron su vida por mantener su dignidad y su libertad… prevalecer… no en la memoria de los grandes historiadores que buscan parecernos a una historia que no es nuestra, sino más bien de ellos, quien más tratando de parecerse a sus objetos de estudio. Hemos prevalecido y seguiremos haciéndolo, como esta hermosa ciudad, cuna de hombres y mujeres que aún están ausentes de los libros de Historia. 

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