#CuentosBreves Entonces supe que todo es sobre el amor

23 Junio 2021
En relación al recién pasado día del padre, te dejamos un cuento breve escrito por Cristián Brito.
Cristián Brito >
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Los oí llegar por el chirriar de esa puerta vieja que siempre se juraban arreglar y nunca lo hacían. Mis hermanos dormían.

Eran cerca de las tres de la mañana. Pausa. Antes de presentarme y continuar con esta historia, déjeme decirle, señora o señor lector, que este no es un homenaje a mi padre, al menos no es esa la intención, es sólo que creo necesario revelarles este secreto que cargo conmigo y que dice mucho más que un homenaje, poema o una oda. Regreso. Luego de entrar se dirigieron a su dormitorio. Se reían, pero intentaban ocultarlo. Estuvieron, así como diez minutos, hasta que de pronto dejé de escucharlos. Volví a la cama, me giré y abracé la almohada e intenté dormir. Pero pasó.

Desperté al oír unos ruidos. Eran gemidos. Gritos ahogados. Intrigado, me levanté, y caminando en las puntas de los dedos de mis pies, con mucho cuidado de no hacer ruido, puse mi oreja en la puerta de su dormitorio. Ahí escuché a mi madre gemir y reírse, mi papá no hacía ruido, sólo respiraba agitado. Al comienzo pensé que algo malo pasaba, pero de pronto todo se detuvo con un suspiro profundo de mi madre y un jadeo de mi padre, y luego un: te amo, mi amor, y un yo también, mi vida. Y volvió el silencio. Me fui a acostar nuevamente y pensé en lo que había pasado.

No lo entendía bien, pero decidí no contárselo a nadie, ni siquiera a mi mejor amigo, el pelao Alex, que es mi único y mejor amigo de la vida, pero que vive en Santiago, lejos de esta tierra bondadosa en poesía. Pero basta de mí y mis disquisiciones. Regresemos al relato. Entonces, ese sería mi gran secreto. Tenía seis años. Hoy tengo cuarenta y cuatro. Me llamo Sergio Retamales Miranda, soy profesor, estoy casado con María Jorquera, de cincuenta y tres años, desde hace siete años. Tenemos dos hijos, Pedro, de trece años, y Pascuala, de tres añitos. Hoy es el día del padre, según reza la televisión una y otra vez, invitando a comprar herramientas, y autos nuevos, siendo que lo único que necesitamos es tranquilidad y que todo cambie de una vez por todas en este desigual país, donde los privilegios están por sobre las necesidades del pueblo y  de los más desposeídos. Celebramos a mi viejo en su casa con un almuerzo familiar.

Estaba radiante y feliz, con ese rostro de niño y sus ojos azules profundos como el océano que brillaban en contraste con su pelo cano y su rostro suave, cubierto de arrugas que se extendían como ríos de sabiduría. Abrió los regalos, hasta que lo vio. Era un retrato de mis padres con La Portada de Antofagasta de fondo. Todavía no nacía. Mi padre, con lágrimas en sus ojos, miró a mi madre, y con un delgado hilo de voz le dijo: te amo, viejita. El silencio incómodo, pero sensible y honesto que sucedió me hizo recordar ese te amo que escuché cuando niño.

Entonces lo entendí todo. Y emocionado, tomé la mano de mi esposa, y acercándome a su oreja le dije: te amo. Ella sonrió y dijo yo también te amo, mi viejito lolo, y una sonrisa se dibujó en su boca. Eso era, y gracias a mi padre lo entendí. Entonces una profunda gratitud recorrió mi cuerpo. Y sentí un amor por mi viejito tan profundo que unas lágrimas se deslizaron por mi rostro. Nadie se dio cuenta. Pero yo sí me di cuenta de algo vital: Todo es sobre el amor.