Julio Velasco: La nueva promesa de la literatura regional

17 Enero 2021

Plasma sus pensamientos diarios en cada cuento que redacta.

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Es sabido que la Región de Coquimbo es cuna de buenos escritores y poetas, pero en la actualidad, muchos han quedado en las sombras por sus trabajos y lo absorbente que resulta la rutina del Siglo XXI, sobre todo en plena pandemia.

"Julio Henry" como le gusta denominarse desde siempre, tiene 31 años y es uno de los talentosos escritores de la zona, casado con quien para él es una excelente esposa y también es padre de un hijo maravilloso, con otro más que viene en camino.

Tiene un título de TENS en Redes Informáticas, actualmente no lo ejerce debido a la pandemia, pero su gran placer es escribir cuentos cortos y poesía.

Según el autor, él se "inspira con cosas cotidianas, las que transformo en toda una historia dramática". Su escritor favorito es Edgard Allan Poe y su libro favorito es "El Demonio y la Señorita Prym" de Paulo Coelho.

En otros gustos, tiene a su gran afición cine: "mi película favorita es Gladiador y mi actor favorito es Cristian Bale. Gusto de Star Wars y el universo cinematográfico de Marvel, aunque no por eso evito criticar algunos errores de parte de aquellas sagas".

Su sueño es ver alguna de sus historias publicada con el fin de que la ciudadanía contemple lo que pasa por su cabeza cuando está pendiente de los detalles en el día a día: "sin duda se pueden conseguir muchas historias entretenidas e interesantes que sirven de inspiración para quien quiera escribirlas".

 

"ADRIANA OLMOS S/AZUCAR"

 
"Un curioso extraterrestre llamado Prr llegó a la Tierra hace poco más de 30 años. Para esconder su identidad, mostraba su físico como de la edad contando desde que llegó acá. Joven, estatura media, talla media. Sin llamar mucho la atención. Lo único que no podía esconder eran sus ojos. Intensos, coloridos, iridiscentes. Llamaban mucho la atención. Por eso siempre usaba anteojos de sol. Tuvo que estudiar, trabajar y tener una familia como cualquier terrícola para gustar plenamente lo que es ser un humano.

A pesar de todo, le costaba tener sentimientos. No sentía un cariño especial por nadie, ni siquiera por sus hijos. Pará él sólo eran parte de la simulación requerida para infiltrarse dentro de nuestra sociedad y así captar nuestras costumbres, debilidades y adicciones para finalmente conquistarnos. Un verdadero plan macabro, llevado a cabo inteligentemente por la civilización marciana. Trabajaba entonces, el señor Prr en un colegio rodeado de personas.

Personas pequeñas, medianas y grandes. Nada le llamaba la atención, nada lo entusiasmaba. Solo vivía porque apuntaba a un futuro mejor, uno distinto, donde solo viera y sintiera a su raza, su cultura.

Un día, olvidó llevar comida desde casa, la insípida misma comida que le preparaba su pobre mujer humana con todo cariño y esmero pero que él sólo gustaba con una pasividad desesperante. Así que preguntó en la cocina de la escuela si podía comer ahí. La respuesta fue positiva. Le sirvieron en una bandeja con zócalos para cada parte del menú: plato de fondo (zócalo grande), ensalada (zócalo mediano), postre (zócalo pequeño), jugo (zocalo pequeño también).

Pero ese día no había ni ensalada, ni postre ni jugo. Solo plato de fondo. Arroz blanco sin sal y pollo desmenuzado también sin sal. Eso era todo. No parecía muy atractivo, pero los marcianos igual deben comer para tener energía, así que el señor Prr tuvo que animarse a comer, tan pasivamente como siempre.

Sin embargo, algo pasó. Sentía que la comida era algo especial. Movió hacia un lado su cabeza. Frunció el ceño. En treinta años jamás había sentido que algo terrícola le agradara, pero ahora, estaba pasando. Probó otra cucharada. ¡Qué maravilla! Se devoró la comida insípida y liviana como si fuera un manjar exquisito. Fue donde la cocinera. Era una muchacha delgadita, blanquita y de un semblante sereno. Cantaba alegremente con una voz quieta y apacible. El marciano estaba impactado. En las pantallas terrícolas siempre muestran a cocineras grandes, robustas, con pómulos colorados y con mucha personalidad. Pero ella no era así, para nada.

Inmediatamente, el señor Prr pensó: "Debe ser marciana". ¿Sería así? ¿Una infiltrada? ¡Pero qué emoción! No estaba solo. Alguien de su propia raza viviendo también entre humanos.

Se acercó a la ventanilla de la cocina y pidió más comida. La chica sonriente muy gentilmente le dió otra porción rebosante y le agregó una croqueta de pescado recién cocinada. Se miraron a los ojos.

El señor Prr se había sacado los anteojos para verla mejor. Miró atentamente a la joven, y se llevó una gran decepción. Era humana. Tomó su bandeja y con rabia comenzó a cucharear su comida. No obstante, nuevamente era conquistado por el sabor único del manjar exquisito que estaba probando. No se dió cuenta cuando ya no quedaba nada más que unos granos de arroz perdidos en la inmensidad de su bandeja, y de su conmoción. Sintió de pronto mucha sed, pues mucho arroz había comido. Se acercó otra vez a la ventanilla, se quitó los anteojos para comprobar nuevamente si ella era marciana y le pidió muy nervioso un poco de agua.

La chica, notando su nerviosismo y ruborizandose un poco, le ofreció un té. El señor Prr aceptó y le pidió 15 gotas de endulzante. "¿Estará bien con eso?", preguntó él.

"No sé, si a usted le gusta dulce está bien", respondió ella, algo tímida. No le quedaban más tazas a la dulce cocinera, así que le tuvo que prestar la de una compañera suya, que había anotado en la misma taza una frase para que nadie se equivocara al servirle el té: Adriana Olmos s/azúcar.

Tenía diabetes. Él aceptó gustoso. Tomó el té más sabroso de su vida, un té con sentimientos".