"La Mordida": Una nueva historia del escritor regional Julio Henry

14 Febrero 2021

Vive la cultura a través de sus relatos.

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Julio Henry es un escritor incipiente en la Región de Coquimbo, su sueño es ver sus historias publicadas con el fin de que la ciudadanía contemple lo que pasa por su cabeza cuando está pendiente de los detalles en el día a día: "sin duda se pueden conseguir muchas historias entretenidas e interesantes que sirven de inspiración para quien quiera escribirlas".

En esta ocasión, el autor de La Serena quiso realizar una obra compuesta por dos partes, donde cuenta una historia inmersa dentro de nuestro contexto actual: pandemia y crisis sanitaria.

 

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"LA MORDIDA"

 
El perro asechó a su presa. Era un hombre bajito, delgado y encima sufría de diabetes. Hace unos días había ido a Salud Ocupacional a realizarse el EMPA, una serie de exámenes de rutina que el Hospital estaba implementando en sus funcionarios para mejorar su salud.

Lo encontraron bien, a pesar de su enfermedad, su glicemia estaba aceptable. Hace unos meses, encima de todo, ya lo había atacado un perro, y él tuvo que ir a vacunarse varias veces. A pesar de todo, Rogelio nunca faltó un solo día a su trabajo de Sanitización. Sin embargo, el perro no tuvo piedad. Era un perro grande, café casi anaranjado, feroz, silencioso. De repente y sin provocación alguna, saltó encima de Rogelio sin contemplación.

En una habitación, los jóvenes conversaban amenamente sobre un tema bastante particular: ¿hasta qué punto debe ceder uno cuando vive en pareja? Tres de ellos eran solteros, uno solo era casado.

De los tres solteros, dos habían terminado hace poco una relación y el otro hacía tiempo que no le daba una oportunidad al corazón.

Ajá! Pero todos sí que tenían su opinión al respecto. Desde la forma de lavar la loza, ordenar la cama, la frecuencia de las duchas, hasta la forma de vestirse, la administración del dinero y la relación con la familia salieron al baile. "Uno puede ceder, pero hay límites". "Finalmente, hay que ser paciente, pues el otro también lo soporta a uno". "Sí, de repente una es tan cuántica para algunas cosas. Cuando lo veo de afuera me doy cuenta". "¡No puedo creer que laves los platos antes que los vasos!".

Esas y otras frases célebres resonaban en el ambiente, un ambiente cálido, amable y estimulante. Y como no, si estaban todos descansando después del almuerzo. De pronto, dos de ellos se levantaron; debían volver a sus labores. Sanitizar, limpiar, ordenar, entregar la solución clorada... había harto trabajo por aquellos días. Hace poco habían levantado la cuarentena en la ciudad y por el Hospital ahora transitaban muchas más personas. A pesar de eso, dos de los jóvenes quisieron quedarse un momento más para terminar la idea y cerrar los temas pendientes. Así que entre risas y meditaciones, ambos se tomaron un momento más.

Entretanto, Rogelio luchaba con todas sus fuerzas contra el animal despiadado que lo tenía dominado. Quizás en qué iba a terminar este ataque. Podía morderlo solamente, o lo atacaría en múltiples lugares del cuerpo, dejándolo gravemente herido. La desesperación inundaba al hombre. Quería pedir ayuda, pero por alguna razón no le salió la voz. Hubiera querido que alguien lo ayudara, pero estaba solo. Hubiera querido correr, pero el animal lo tenía acorralado.

Vió, totalmente desconcertado, como todos sus intentos de salvarse se esfumaban de sus manos. De pronto, en un intento por escapar, hizo un mal movimiento y el perro, aprovechando a su presa sin salida, agarró fuertemente el brazo derecho del hombre. Lo mordió tan fuerte que el dolor era inaguantable. Empezó a gritar, y poco a poco empezó a sonar su voz. Pero era inútil. Mientras más gritaba, más fuerte lo apretaba el perro. Hasta que cayó al suelo. El animal no lo soltaba y él, totalmente desesperado y angustiado, en vez de pedir ayuda o auxilio, gritaba despacito un quejido aterrador.

Los dos jóvenes de la habitación lograron percibir ese quejido.

Se miraron uno al otro despavoridos. "¿Qué es eso? ¿Qué le pasará?". No sabían qué hacer. Quedaron perplejos. De un momento grato de conversación a un tenso momento escuchando un débil alarido de dolor. "¿Lo ayudamos?", fue la pregunta que se hacían. "No sé, es que no sé si está bien", dijo uno. "Veámoslo mejor", finalmente concordaron.

Y así fue como se fueron acercando al hombre que estaba tendido en el sillón de la habitación, teniendo esta terrible pesadilla.

 

Continuará...

 

¡Espere a la segunda parte!

 

Con dedicatoria especial a Héctor Alday "Pinola".