Cobreloa a la B por secretaría: Cuando la pelota se mancha

02 Mayo 2015

Siento el calor del sol, veo las banderas naranjas enarboladas en las astas de las casas del mineral, desde el más rico al más humilde; en Calama y Chuquicamata el local es Cobreloa.

Cristián Brito >
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6:30 am. Suena el despertador y me entero: Cobreloa, el equipo del norte del país que más títulos ha logrado en la historia y del cual soy fiel hincha desde niño, ha sido castigado a perder la categoría debido la denuncia interpuesta por Audax Italiano y Ñublense, ambos rivales directos en la lucha por la permanencia. Lo extraño; los dirigentes que emitieron la denuncia son Patrick Kiblisky -dueño del club chillanejo- y Alex  Kiblisky - miembro del directorio de la ANFP-. Algo huele pútrido.

Vuelvo a las tardes en Chuquicamata cuando con mi padre “bajábamos” a Calama a ver a nuestro equipo. En aquellos años no existían muchas diversiones en Calama y el fútbol  se transformó en la única distracción que tenían los esforzados mineros. Siento el calor del sol, veo las banderas naranjas enarboladas en las astas de las casas del mineral, desde el más rico al más humilde; en Calama y Chuquicamata el local es Cobreloa.

Muchos hinchas justifican el éxito de los zorros del desierto asegurando que sin Codelco jamás se habrían conseguido tantos logros. Plausible desde una óptica pero no se ajusta a la realidad. Los hechos demostraron que cada vez que Cobreloa ganaba subía la producción del cobre; es decir, se beneficiaba la zona y el país completo. Sin perjuicio de lo anterior, Cobreloa no es sólo un equipo de fútbol, es mucho más que eso. El rol social de Cobreloa es vital. En Calama y Chuquicamata el equipo se transformó en LA alegría de los trabajadores, hecho demostrado en el aumento de la producción de cobre cuando el equipo ganaba.  

El inicio fue a puro empeño. Fundado el 7 de enero de 1977 como Deportes El Loa, sus primeros planteles fueron conformados por jugadores amateurs que trabajan en la mina más refuerzos “calados”. Puebla, Covarrubias, Tabilo, Alarcón, Merello, Soto, Gómez, Siviero, Rubio, Olivera,  Wirth, Cornejo, Fuentes, Prieto, Cantatore, Sulantay, Acosta, Garisto... son solo algunos de los apellidos que marcaron la historia del club en sus años de gloria. Es 1981 e inesperadamente Cobreloa llega a la final de la Copa Libertadores de América. Por primera vez en la historia un equipo de provincia tiñe el Estadio Nacional de naranja. Se perdió en la cancha, pero se ganó el corazón del país. Cobreloa ya no sólo era el nombre de un club de fútbol, era el gran embajador del norte. El Estadio Municipal de Calama –hoy Zorros del desierto- encarnaba el paraíso en medio de la aridez. Los rostros, la piel curtida por el sol y la tierra, la mirada de miles de mineros brillaba cada domingo cuando Cobreloa jugaba de local. Julio Martínez ya lo decía: “en Chuquicamata hay dos explosiones;  una cuando se explota la tronadura para extraer el mineral y la otra cuando Cobreloa sale a la cancha”. Sé que en estas líneas interpreto a miles de hinchas de todo Chile. Cobreloa ha descendido a la Primera B por secretaria.

No hay derecho. Primero entierran un pueblo y ahora la única patria que nos quedaba. El daño es irreparable. Caen lágrimas por los surcos de la piel curtida del minero. Se abre la tierra. Cobreloa ha sido bajado a la B. El pago de Chile. Suenan las sirenas. Explota el corazón de los mineros. Se acabó el sueño. Comienza la pesadilla. La corrupción llegó al fútbol.

La pelota ha sido manchada.