Fútbol y política: La receta para asegurar la paz social

01 Julio 2014

Brasil ha sido escenario de protestas sociales en contra de la desorbitante inversión para la construcción y remodelación de estadios.

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El 12 de junio se inauguró el Mundial de Fútbol en el Arena de Sao Paulo, uno de los tantos estadios que construyó el gobierno brasileño para el torneo. Sin embargo, la Presidenta Dilma Rousseff no pronunció ningún discurso. El temor a las pifias y al rechazo de la fanaticada fue más fuerte. Especialmente si se consideran las manifestaciones de los últimos meses en contra de los millonarios gastos asumidos por el Estado para dar vida al campeonato.

El malestar social que ha antecedido al torneo, con protestas de diversos sectores, determinó que el gobierno no quisiera repetir las malas experiencias ocurridas en la Copa Confederaciones de 2013, cuando la Mandataria apenas pudo participar.

Sin embargo, el secretario general de la FIFA, Jerome Valcke, ya confirmó que el equipo campeón recibirá la Copa del Mundo de manos de la Presidenta, el 13 de junio en el estadio Maracaná de Río de Janeiro. Y es que su presencia en la final estaba en duda, por lo mismo que se cancelaron sus palabras antes del primer partido que enfrentó a Brasil con Croacia.

¿Cómo no trasladarse al año 1978, cuando Argentina no solo organizó un Mundial para ganarlo -el primero de los dos obtenidos- sino también para recurrir al manto de la distracción, en plena dictadura de Jorge Rafael Videla?

Y aunque las estadísticas dicen que de los 19 mundiales disputados solo seis han sido ganados por los países organizadores, Argentina ’78 fue precisamente uno de ellos. Los otros, Uruguay en 1930, Italia en 1934, Inglaterra en 1966, Alemania Federal en 1974 y Francia en 1998.

Considerado como una de las grandes economías emergentes, agrupadas en las denominadas BRICS -que también integran Rusia, India, China y Sudáfrica- Brasil ha sido escenario de protestas sociales en contra de la desorbitante inversión para la construcción y remodelación de estadios. Paralizaciones de los conductores de buses, huelgas de los trabajadores del metro y el paro de los funcionarios de aeropuertos han sido las consecuencias.

No en vano el poeta mexicano Octavio Paz dijo alguna vez que “ningún pueblo cree en su gobierno. A lo sumo, los pueblos están resignados”.

La violenta arremetida policial y también del Ejército contra los manifestantes es parte, según las autoridades, del costo que debe pagar el pueblo brasileño para asegurar que el espectáculo sea exclusivamente futbolístico. Sin distracciones ni anomalías que desvíen la atención mundial hacia las demandas ciudadanas, aquellas que van más allá de la necesidad de un triunfo dentro de la cancha. Las mismas que la Presidenta Dilma Rousseff pretende opacar con un nuevo título en su propia casa.

En ese sentido, el educador brasileño Paulo Freire es claro. “Hablar de la democracia y callar al pueblo es una farsa. Hablar de humanismo y negar a los hombres es una mentira”, planteaba el artífice de la pedagogía de la liberación.

Por ello, aseguraba que “para las élites dominadoras, esta rebeldía que las amenaza tiene solución en una mayor dominación. En la represión hecha, incluso, en nombre de la libertad y del establecimiento del orden y de la paz social. Paz social que, en el fondo, no es otra sino la paz privada de los dominadores”.

Que los arbitrajes, que el clima, que el público. Sí, y también la política. Por supuesto, cómo no. Una jugada política, a la vez que geoestratégicamente cubierta por el manto del evento deportivo.

Y es que el fantasma del Maracanazo de 1950 nunca ha dejado de rondar en el país carioca. Aquella tarde del 16 de julio Uruguay obtenía su segunda Copa del Mundo ante la desolación de un país que cada año celebra el carnaval más grande del orbe.

¿Cuánto le cuesta a Brasil ganar un Mundial? ¿Cuál es el costo que debe pagar la mandataria para imponerse en la reelección presidencial de octubre próximo?

Efectivamente, el mundial de Brasil no solo ha sido testigo de las estrategias futbolísticas dentro de la cancha. También de aquellas de corte político, a solo cuatro meses de un nuevo proceso eleccionario. Con el ex Presidente Ignacio Lula da Silva fuera de carrera, el gobernante Partido de los Trabajadores (PT) confirmó la candidatura de Dilma Rousseff para su reelección. Desde la oposición, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) anunció al senador Aécio Neves. Todo esto, en medio de las celebraciones de los triunfos de la escuadra de Luis Felipe Scolari.

Pero las autoridades también se regocijan por los millonarios ingresos que genera la masiva afluencia de turistas-fanáticos que inundan las ciudades sedes de los partidos. A eso se suma la creación, según los datos del gobierno, de alrededor de un millón de puestos de trabajo, de los cuales 710 mil serían empleos fijos.

Sin embargo, el propio Lula da Silva ha criticado a su sucesora por lo que considera una conservadora política económica.

Para el escritor uruguayo Eduardo Galeano “el fútbol es la única religión que no tiene ateos”. ¿Una muestra? Lo vivido hace algunos días en el partido de octavos de final en el estadio Magalaes Pinto de Belo Horizonte. La disputa entre las selecciones de Chile y Brasil comenzó antes del pitazo inicial, con la entonación de los himnos patrios. El nacionalismo, la catarsis colectiva que permite, al menos por algunos minutos, sentirse parte de un todo. Incluso, con jugadores llorando durante el cántico.

“Once contra todos”, planteaban no pocos en la antesala del partido. ¿Contra todos? ¿Quiénes son todos? ¿El público? ¿El arbitraje? ¿Los medios de comunicación -la prensa brasileña intentó grabar el último entrenamiento de la Selección chilena desde un helicóptero, lo que generó la ira del técnico Jorge Sampaoli-, particularmente locales? ¿Las casas de apuestas? ¿La FIFA? ¿Las presiones políticas? ¿Y, si se quiere, los siempre cuestionados poderes fácticos?

Un partido en el que se jugaba mucho. Más que el solo resultado. Un juego donde lo político, lo económico y lo social acompañaron cada pase, cada jugada, cada aproximación al arco rival en busca del gol que asegurara el paso a la siguiente fase. Y, por supuesto, a la obtención del título de campeón del mundo.

Esta vez, al menos, nada de eso. Solo fútbol. Un empate 1-1, alargue, lanzamientos penales y triunfo para la Selección dueña de casa. En el caso de Brasil, gran aliciente para calmar las protestas sociales y mantener viva la posibilidad de una reelección presidencial. Para Chile, un nuevo discurso ante la derrota. “La injusticia deportiva”. Definitivamente, hay algunos que no fallan ante las expectativas nacionalistas de la hinchada.

Y si se trata de lanzamientos fallidos, “El penal más largo del mundo”, relato del periodista argentino Osvaldo Soriano, tiene bastante más que decir.

No se debe dejar de lado que la selección brasileña no pierde de local, en partidos oficiales, desde 1975, cuando cayó ante Perú por 3-1 en semifinales de Copa América. Con el del sábado, 62 partidos sin perder.

Son 39 años de supremacía en los que Dilma Rousseff confía plenamente. ¿Supremacía deportiva? Por cierto, aunque también condimentado con las circunstancias políticas y sociales. Además de la siempre omnipresente directriz de la señora FIFA, dirigida por Joseph Blatter.

Según los cálculos financieros de la empresa Euromericas Sport Marketing, esta organización sin fines de lucro formada por 209 asociaciones de fútbol, y propietaria del torneo, recaudaría una vez finalizado el mundial alrededor de cuatro mil 900 millones de dólares, lo que considera derechos televisivos, marketing, derechos de hospitalidad, licencias asociadas a la competencia, entre otros aspectos.

De ese monto, esta ONG, creada bajo la legislación suiza, donde se encuentra su sede, se embolsa el 95 por ciento de los ingresos, además de no pagar impuestos por las ganancias que se generen en el país anfitrión. Una norma que establece la Ley General de la Copa, que los congresistas brasileños aprobaron en junio de 2012.

Y en el caso de Chile, ¿por qué era preferible una derrota de la Selección para asegurar la paz social? ¿Por qué un triunfo de la escuadra de Jorge Sampoli necesariamente se transformaría en caos y destrucción en el corazón de la ciudad? Un nuevo Maracanazo, pero, ¿para quién? ¿Para Brasil, por dejar escapar un nuevo título? ¿O para Chile, por desatar las fuerzas del odio, la ira y la frustración que embargan a un importante grupo de la sociedad?

Por un lado, el éxito deportivo que aparece como un atractivo salvavidas para que aquellos que transitan por un complejo presente, como Dilma Rousseff, o el propio Videla en el ’78. Y por otro, como la instancia para desatar las frustraciones contra un sistema prohibitivo y excluyente. Un triunfo que les pertenece a todos quienes se identifican con la bandera y el escudo, a todos quienes con infinito orgullo cantan desaforados un himno nacional que en su coro propone “el asilo contra la opresión”.

En Chile, al menos, una jornada en la que el anhelo de los hinchas se contraponía con el temor de los ciudadanos. Aquéllos que antes, durante y después de cada masiva celebración de carácter deportivo son víctimas de las angustia y, en definitiva, de la destrucción.

A pesar de todo, la Presidenta Michelle Bachelet recibió en La Moneda a los jugadores y cuerpo técnico, incluso retrasando su visita oficial a Estados Unidos. El clásico homenaje a las llamadas “gestas heroicas” en representación del país. De hecho, vía Twitter, el ministro de Relaciones Exteriores, Heraldo Muñoz, anticipaba que la Presidenta recibiría “a héroes de la Roja”.

De regreso en el país, luego de la eliminación, durante el trayecto desde el aeropuerto a La Moneda los jugadores fueron recibidos y saludados en las calles tal como lo anticipaba el canciller.

Y si se trata de nacionalismos, no hay que olvidar que los próximos Juegos Olímpicos de 2016 también se desarrollarán en Brasil. Evento deportivo que podría potenciar la popularidad como también las arcas fiscales. Dilma Rousseff lo sabe. Por eso, es la hincha número de su Selección. Necesita que la copa quede en casa para mantener vivas sus posibilidades de un nuevo periodo presidencial. Y protagonizar nuevamente una justa deportiva de alcance mundial.

Pero, ¿qué sigue ahora para Brasil? Colombia será su próximo rival en cuartos de final. Precisamente un colombiano, Gabriel García Márquez, dijo alguna vez que “yo creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”.