Columna: Las Primarias 2016 de Ovalle

20 Junio 2016

"No fue una elección decisiva en términos cualitativos; porque no hubo, ni hay, concepciones de lo que debería ser la ciudad de Ovalle que estén en juego. Así, da lo mismo quien gane".

Equipo El Obser... >
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Las elecciones de primarias de Ovalle tuvieron una participación, al igual que en todo Chile, menor a la esperada. La abstención electoral tiene múltiples causas. Sólo enunciaré dos de ellas. Ni siquiera son las principales. Pero —sin duda alguna— tuvieron incidencia en la baja concurrencia de electores a los centros de votación.

El candidato Juan Carlos Castillo recibió, de manera demasiado explícita, el apoyo de parte importante de la “elite” política local. Ello, probablemente, desincentivó a los electores, debido a que estimaron que triunfaría holgadamente y, por consiguiente, era innecesario concurrir a sufragar. El candidato Cristián Sáez —ganador de la contienda— no movilizó a un mayor número de electores, debido a que uno de los partidos que lo apoya, el PPD, está bastante golpeado por estos días. Eso, probablemente, repercutió en el ánimo de los potenciales sufragantes y contribuyó a menguar la participación.

Desde esta perspectiva, no existiría, por parte de los simpatizantes de los contrincantes, mayores incentivos ni desafíos para confrontar sus fuerzas en las urnas.

Pero la baja participación también se explica por la pobreza de ideas. De hecho, no fue una elección decisiva en términos cualitativos; porque no hubo, ni hay, concepciones de lo que debería ser la ciudad de Ovalle que estén en juego. Así, da lo mismo quien gane. En consecuencia, la elección termina interesándoles casi exclusivamente a los militantes oficiosos y también, obviamente, a los paniaguados de los partidos en pugna.

Naturalmente que también están la notables y notabilísimas excepciones de aquellos ciudadanos que concurren a sufragar en condiciones sumamente desmejoradas y que conciben el voto no sólo como un derecho, sino también como un deber. Además de aquellos que quieren consagrar mediante el sufragio el actual estado de las cosas, puesto que tienen intereses comprometidos.

La política local está, como toda política, sujeta a los vaivenes de las eventualidades y la contingencia. Un evento fortuito (policial, natural, deportivo o judicial) puede movilizar o bien desmovilizar a los electores de manera inesperada. Cuando el evento moviliza se incrementa la tasa de participación. El lado malo —de una alta participación suscitada por un evento fortuito— es la volatilidad de los apoyos que se expresan en el sufragio. Por eso, la opción ganadora al poco tiempo suele quedarse sin apoyo. Pierde el piso electoral. Si ello se da en un ambiente de apatía política es mortal, porque los ciudadanos no se sienten motivados a “fiscalizar” la conducta de los elegidos. Tal escenario suele ser la antesala del relajamiento de la ética pública. Después sobreviene lo peor: la corrupción.

Pese al desprestigio de la política —y lo que es más evidente: de los políticos—, lo más probable es que en la elección de Octubre se alcance un umbral de participación similar a la elección de 2012. Las elecciones municipales en Ovalle, en el último tiempo, no traslucen ideas (debido a que casi no existen) referentes a la convivencia en los espacios públicos, ni ideas urbanísticas, ni siquiera se discute a fondo la acuciante cuestión de la seguridad pública. No obstante, los ciudadanos concurren a sufragar. ¿Por qué?

Suele decirse que, en ciertas circunstancias, lo que moviliza a los electores son pasiones variopintas, intereses bastante singulares, lealtades clientelares y vínculos personales. Evidentemente que no siempre es así. Ahora bien, cuando ocurre así, es porque los candidatos no ofrecen otras cosas. En tales circunstancias, poco y nada se le puede reprochar a los electores. Pero sí —y mucho— a los candidatos.

Luis R. Oro Tapia

Politólogo