Opinión: "Ética y Política: La ilusión democrática"

20 Julio 2015

Las crisis de gobernabilidad ha estado siempre en nuestra sociedad, desde Balmaceda a Salvador Allende; lo que le ocurre con la Nueva Mayoría no es nada nuevo en el horizonte histórico del país, por un lastre que se enconó por décadas en nuestro sistema político.

Andrés Gillmore... >
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La relación entre ética y política nunca ha dejado de ser tensa y peligrosa, al introducir el relativismo moral en quienes ostentan cargos de representación pública, que si bien permite la coexistencia en un plano de igualdad en las distintas concepciones, no puede ser sostenido solo en el campo de la política. Cuando el poder político penetra la dimensión ética sin sustancia, a la larga termina introduciendo una profunda cuota de distorsión que puede ser redundante sino se contrae, convirtiendo el discurso ético en una mera formalidad para justificar el poder.

La implementación de reglas claras y punibles, con una lógica que reconozca esa precariedad y la ambivalencia que se entabla entre ética y política como algo lógico y si no se resguarda naturalmente ante las distorsiones que se crean cuando el poder es constante y unilateral por los que lo ostentan, plantean el riesgo que con el tiempo se terminen cerrando los espacios de libertad que deben existir para fiscalizar y sustentar la ética, la moral y las buenas costumbres al gobernar.

Las crisis de gobernabilidad ha estado siempre en nuestra sociedad, desde Balmaceda a Salvador Allende; lo que le ocurre con la Nueva Mayoría no es nada nuevo en el horizonte histórico del país, por un lastre que se enconó por décadas en nuestro sistema político, que por lo demás resulta lógico en sociedades que se dejan estar por tanto tiempo como la nuestra. El tema es cómo lo enfrentamos y que disposiciones creamos para ello.

Realidad exacerbada en la actualidad, por una ciudadanía con acceso a información que antes era confidencial por los medios sociales, que cambiaron el fundamento y los parámetros del hacer social y de gobernar, que transformaron a los políticos en náufragos sociales, incapaces de reconocer la nueva realidad, optimizando reglas y procedimientos que resuelvan en forma objetiva los problemas en la acción colectiva.

La insatisfacción que reina en nuestra sociedad, se traduce en la forma en cómo pretendemos resolver esos problemas, implementando las propuestas por los mismos implicados, que a la larga terminan restándole representación y credibilidad a las posibles soluciones. Los problemas vinculados con la pobreza han empeorado sustancialmente pero en otro contexto social, al medirse con índices que no corresponden en la relación de los más ricos con los más pobres y cómo los más ricos se enriquecen a costillas de los más pobres, con referencias directas a la falta de oportunidades para obtener trabajos bien remunerados, acceso a salud, educación y jubilaciones dignas, que a la postre terminan transformadose en el caldo de cultivo perfecto para producir corrupción en todos los niveles de la administración pública. Haciéndonos ver como un país con profundas desigualdades y ninguna oportunidad.

Las encuestas reflejan que la población clama por cambios a través de una democracia participativa y transparente, enfrentando la problemática social en la toma de decisiones con sabiduría y proyección de futuro. Pero este camino se hace engorroso y con formidables obstáculos que representan los mismos gobiernos y parlamentarios, ante la permeabilidad que tienen ante los grupos de poder, que no quieren soltar presa y no dudan en hacerse los desentendidos aunque las pruebas digan lo contrario.

La gran pregunta y que muchos se están haciendo desde hace un tiempo, es si verdaderamente vivimos en democracia o es solo es una mera ilusión; indicándonos que a decir verdad todos estos años hemos vivido una dictadura democrática, al no percibirse sustento social en la forma de gobernar. Se llega a la Moneda con mayoría y se gobierna con minoría, con eufemismos de una realidad que no es, que al final ante el relativo y escaso poder de gestión, se gobierna sin redención y sin justificación.

El mayor problema es la falta de confianza en las instituciones, no en las instituciones en sí mismo, sino en quienes las operan, deciden, dictaminan su funcionamiento y se dejan presionar por los intereses creados. Por eso la declaración del gobierno al transparentar que no tendríamos la financiación para sustentar las reformas prometidas y que tendríamos que ajustarnos en “la medida de lo posible”, haciéndonos volver a la vieja ideología concertacionista que pensábamos superada, poniendo un manto de incertidumbre en la debilitada credibilidad del gobierno.

El gobierno al abrir el juego en forma directa, reconociendo que los brotes verdes nunca fueron, ha sido un duro golpe al grueso de la ciudadanía, que a pesar de todo y de todos, siempre confió en el plan original y se esperanzo en una solución de acuerdo a lo prometido. El gobierno pensó ingenuamente que transparentar la información les permitirá sacarse un peso de encima y que sin grandes eufemismos podrían empezar a gobernar, recuperando la confianza perdida. Pero eso no sucedió y lo que se pensó como un nuevo renacer, trajo más dudas y contradicciones, que dejó claro que en política social existen momentos para decir y callar, pero en verdad este era un momento principalmente para trabajar.

La falta de financiación para ir por las reformas prometidas, creo la duda si es una realidad verdadera o es una estrategia para revocar intenciones que nunca fueron y que los intereses creados que financiaron la campaña no lo han permitido, presionando con el chantaje habitual que los grupos economicos suelen utilizar para doblegarle la mano a un gobierno, retrocediendo la inversión, aplicando la lógica economicista de “La huelga del capital”, coartando la proyección económica que por lo demás nunca ha tenido convicción política, al no tener un diagnostico practico y no solo teórico por una inquisidora falta de voluntad y convicción.

En términos de productividad por increíble que pueda parecer, no producimos más del 25 % que en los años sesenta del siglo pasado. Hemos depredado los recursos naturales sin ningún atisbo de sustentabilidad al estar la explotación y la producción en manos de empresas extranjeras, concentrando los procesos productivos sin traernos una mejora sustancial en la economía y en la calidad de vida como se sustentó por años, al cederle la propiedad del mar, la minería y el agua a los grupos economicos, de un recurso que debería ser de todos y no de algunos, permitiendo que el estado pierda el rol natural que debería tener en la forma de proyectar crecimiento y su posterior desarrollo, protegiendo los recursos naturales y creando procesos de producción sustentables, que signifiquen encauzarnos definitivamente en el camino correcto, entrampados ideológicamente en la actualidad con ideas del pasado en el mundo del futuro.