Opinión: Guasones Chilensis

03 Febrero 2015

El humor permite disipar la pena y la rabia. Permite mirarnos desde otro lado y hoy pareciera estarse convirtiendo en la más efectiva herramienta de diálogo social frente al abuso que se ha instalado cuando hablamos de justicia, salud, pensiones, educación, banca...

Vivian Lavin Almázan >
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Cuando una niña responde de manera espontánea a la pregunta dónde están los ladrones diciendo “en el Congreso”, produce perplejidad. Pero cuando el amplio público que observa la escena estalla en aplausos y risas, se instala aún más. Cuando en el Festival de Olmué la rutina de un humorista dice que la justicia en Chile es diferente si te llamas Martín Catrileo o Martín Larraín, produce alarma. Más aún si el profesional del humor dice que si Catrileo, manejando en estado de ebriedad, atropella a alguien, se “seca en la cárcel”, en cambio si es Larraín, termina apareciendo como el atropellado en lugar del ebrio conductor… Y no se trata de ponerse tontos graves con algunos de los videos que se han convertido en el comidillo de las redes sociales chilenas, sino que de entender lo que humor encierra.

En la posibilidad de reírnos de los otros y de nosotros mismos, los chilenos tenemos una larga tradición. Nuestro humor nos ha servido para resistir en los peores momentos. La viñeta humorística es el espacio preferido de muchos serios lectores, el primero que se busca antes de ingresar a la lectura más formal y analítica, como cuando en el Fortín Mapocho lo primero que se buscaba en su portada era a Margarita y su frase cáustica, lo mismo que en las revistas de oposición de la dictadura, con el humor de Hervi, Guillo, Palomo, Lukas y también Jimmy Scott.

El humor permite disipar la pena y la rabia. Permite mirarnos desde otro lado y hoy pareciera estarse convirtiendo en la más efectiva herramienta de diálogo social frente al abuso que se ha instalado cuando hablamos de justicia, salud, pensiones, educación, banca, explotación de recursos naturales y mucho más…Todo se exorciza con una carcajada. Claramente no es un chiste ser uno de los países más inequitativos del planeta, sin embargo, lo soportamos y lo echamos para la talla, con ese giro humorístico tan nuestro, corrosivo, lleno de verdad e ironía que nos suelta la risa en lugar del llanto.

Estamos en un país donde la lectura de la realidad, si podemos llamar así al ejercicio de leer las diferentes voces que analizan la coyuntura a la luz de diferentes disciplinas, sea la filosofía o la historia, por ejemplo, se hace a punta de tuits, en escasos 140 caracteres o de viral en las redes sociales. Cuando la lectura de diarios y revistas es escasísima, para qué decir de libros de ensayos de actualidad. Cuando la gran mayoría ha optado por informarse a través de notas televisivas de escasos dos minutos para analizar las profundas reformas que se están llevando a cabo hoy, a excepción de la radio que mantiene espacios de análisis de alta audiencia, los humoristas se han convertido en los más respetados y honestos analistas de nuestro presente histórico. Sin anestesia, los profesionales del humor se dedican a destripar la realidad, a tajo abierto, sacando los órganos chorreando de robo y de dolo a la vista de amplias audiencias que en lugar de apagar el televisor por la rabia y el espanto, los premian con la más alta sintonía. Nuestros filosos humoristas dicen lo que las noticias callan, con el gentil auspicio de todas las empresas que se coluden para vender autos, créditos o remedios, sin chistar. Mientras se desarrolla la rutina humorística que los exhibe en su aprovechamiento y lucro desaforado, sin vergüenza ni pudor, aparecen los banners o ventanas de avisaje comercial.

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