La batalla de Chile: el pueblo versus la élite

27 Octubre 2015

¿Tienen estos casos importancia en el Chile actual? Desde luego que sí, porque son hechos que reflejan algo que, hasta el día de hoy, sucede en Chile: el enorme abismo que existe entre las gentes de este país y su elite política y empresarial.

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En 1991 el Instituto Nacional de la Juventud generó una enorme polémica al dar a conocer una encuesta entre jóvenes en la que osaba preguntar lo siguiente: “En caso de verdadero amor, ¿usted estaría de acuerdo con relaciones sexuales prematrimoniales?”. Un año después, en febrero de 1992, la actriz Patricia Rivadeneira causó una conmoción nacional al realizar un performance desnuda envuelta en una bandera chilena. Y a mediados de ese mismo año, la banda británica Iron Maiden no pudo tocar en la Estación Mapocho de Santiago debido a una ola de críticas públicas que los sindicaba de ser un grupo “satánico”.

Estos tres episodios, ocurridos hace casi un cuarto de siglo al comienzo de la llamada  “transición a la democracia”, fueron ejemplos claros de que la alegría no vino a instalarse en el país.

Pero, ¿tienen estos casos importancia en el Chile actual?

Desde luego que sí, porque son hechos que reflejan algo que, hasta el día de hoy, sucede en Chile: el enorme abismo que existe entre las gentes de este país y su elite política y empresarial.

Mientras la clase política discute las tres causales de aborto, la sociedad chilena los viene aplicando hace rato. Mientras la clase política discute sobre la homosexualidad, hace rato que las familias chilenas aprendieron a aceptar a sus hijos o sobrinos gays. Mientras la clase política se debate sobre la manera de potenciar los partidos, hace años que los chilenos dejaron de participar en ellos. No es casualidad que hoy ninguna, absolutamente ninguna, de las federaciones estudiantiles universitarias esté en manos de un partido político tradicional. La DC, el PS e incluso el PC son los grandes ausentes. Y una antigua creencia es que lo que ocurre en las universidades, sucede una década después en el país.

Todo esto se viene desarrollando hace años –basta con recordar que la derecha se opuso en los años 90 al divorcio bajo el argumento que iba a destruir a la familia– pero la lógica subyacente a este ultra-conservadurismo sigue hoy más vivo que nunca. Y el problema actual ya no es que la derecha se opone tenazmente a los cambios sociales y culturales, sino que una parte importante de la ex Concertación se ha unido a las filas de la revolución conservadora que se inició en plena dictadura.

El país ya cuenta con un nuevo fiscal nacional, Jorge Abbott, quien confesó que se inhabilitará del Caso Penta –acaso el escándalo político más bullado de los últimos tiempos– porque un pariente suyo, ex canciller en el gobierno de Sebastián Piñera, ahora preside las empresas Penta. Vaya manera de contar con un nuevo jefe del Ministerio Público.

Mientras la ministra de Justicia Javiera Blanco –ex brazo derecho de Agustín Edwards en la Fundación Paz Ciudadana– logró reunir los votos a favor de Abbott en un Senado parcialmente comprometido en las investigaciones fiscales, al mismo tiempo demuestra su cara anti-sindical al rechazar cualquier negociación con los funcionarios del Registro Civil que están en paro hace casi un mes. Vaya manera de entender la Reforma Laboral que impulsa el gobierno.

Y, mientras tanto, nuestra presidenta da sus típicas señales mixtas. Bachelet asistió a una reunión privada al Centro de Estudios Públicos (CEP), cuyo presidente es Eliodoro Matte y cuyas empresas han sido involucradas en graves violaciones a los derechos humanos desde el 11 de septiembre de 1973 sin que haya respuesta alguna desde ese grupo empresarial; pero a la salida apenas se intercambian un par de frases de buena crianza.

Unas semanas después, Bachelet realiza un gesto de “desaire” al empresariado al no asistir a la cena anual de la Sofofa. “A qué punto hemos llegado –afirma un comentarista en Facebook– que la ‘gran rebelión anti-capitalista’ se resuma a no asistir a una cena”.

Sí, hemos avanzado mucho desde 1990. Hoy nadie se cuestiona tener relaciones sexuales antes del matrimonio. Hoy a nadie se le ocurriría censurar a alguien por  empelotarse y cubrirse con una bandera chilena. No, no es un asunto de seguridad nacional. Y hoy a casi nadie se le ocurriría llenar de insultos a dos gays, hombres o mujeres, que están tomados de la mano mientras pasean por el Parque Forestal.

Sin embargo, en el mundo de la política –dominado por personas con un pensamiento antediluviano– todavía nos hace falta avanzar… y mucho.