[Opinión] Nuestro pesebre

25 Diciembre 2018

En este mes que recordamos el nacimiento de Jesús, se hace evidente cómo disociamos lo que pasó hace más de 2.000 años con lo que vivimos en el Chile de hoy. 

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Por Juan Pedro Pinochet
Gestión Social S. A.

Cuando niño vi a mi padre afanosamente pintar un pesebre de greda, que por años veía puesto en la chimenea. Me imaginaba tantas cosas al contemplarlo. Recuerdo también como él ponía un disco de 45, un villancico chileno que hasta el día de hoy se lo canto a mi hija Julieta: “Han golpeado a mi puerta, quiere abrir mi corazón, guarda tus lamentos torpes, puede ser el señor…”

Ya de grande trabajando en el Techo, un día fuimos a un canal de televisión con Felipe Berrios a plantear una idea sobre un posible spot con motivo de la navidad, pensando en miles de familias sin casa. La idea era filmar en términos reales y crudos a una pareja de jóvenes vulnerables que estaban a punto de tener a su hijo y no tenían donde dormir esa noche, misma situación que vivió María y José aquel 24 de diciembre. La pareja tocaba el timbre de casas en el barrio alto, que podrían ser tu casa o la mía. Era fuerte imaginarse en el lugar de los dueños de casa, pero queríamos transmitir ese mensaje y volver al verdadero sentido de estas fechas. Nos fue mal.

En este mes que recordamos el nacimiento de Jesús, se hace evidente cómo disociamos lo que pasó hace más de 2.000 años con lo que vivimos en el Chile de hoy. Miramos con distancia, una realidad que no nos queda tan lejos. En el pesebre vivo de hoy, José y María serían migrantes y vulnerables. Y nos interpelarían por un derecho mayor al de la propiedad, nos harían cuestionarnos sobre soberanía, nos harían revisar el derecho a la vida, a la autodeterminación  y a la movilidad.

Es más, actualmente se ven más arboles de luces artificiales que pesebres. Quizá porque hoy en día cuesta más ser católico, de hecho es un gran desafío serlo. Para eso habría que reconocer en José y María personas con otro color, otro acento, sin isapre, sin garantía alguna. En una sociedad más globalizada, en donde muchos de los sacerdotes y monjas han perdido el rumbo y el respeto, donde han aflorado a la luz temas como la diversidad sexual, legislación del aborto, donde reina la desconfianza y quedan de manifiesto todas nuestras fobias.

Nos acomoda estar disociados, rindiendo culto a un pesebre estático que alguna vez fueron migrantes y vulnerables. Los ponemos al centro de nuestras casas y corazones y así nos recuerdan la buena nueva. Pero, a la vez, no somos capaces de firmar un Pacto Mundial para la Migración, ni de ver en el día a día a un Jesús haitiano, boliviano, mapuche, chileno, con toda la mixtura que es nuestro país.